martes, 30 de mayo de 2017

Cuentos y fábulas de Buda

DESAFÍO
―Es imprescindible un poco de lucha. Las tormentas con sus truenos, relámpagos y tristezas, nos enriquecen tanto como la felicidad y la alegría.
Oí una parábola antigua. Y debe ser muy antigua porque en aquellos días Dios acostumbraba a vivir en la tierra.
Un día un viejo campesino fue a verle y le dijo: ―Mira, tú debes ser Dios y debes haber creado el mundo, pero hay una cosa que tengo que decirte: No eres un campesino, no conoces ni siquiera el ABC de la agricultura. Tienes algo que aprender.
Dios dijo: ― ¿Cuál es tu consejo?
El granjero dijo: Dame un año y déjame que las cosas se hagan como yo quiero y veamos qué pasa. La pobreza no existirá más.
Dios aceptó y le concedió al campesino un año. Naturalmente pidió lo mejor y solo lo mejor: ni tormentas, ni ventarrones, ni peligros para el grano.
Todo confortable, cómodo y él era muy feliz. El trigo crecía altísimo. Cuando quería sol, había sol; cuando quería lluvia, había tanta lluvia como hiciera falta. Este año todo fue perfecto, matemáticamente perfecto.
El trigo crecía tan alto…que el granjero fue a ver a Dios y le dijo: ¡Mira! esta vez tendremos tanto grano que, si la gente no trabaja en diez años, aun así, tendremos comida suficiente.
Pero cuando se recogieron los granos estaban vacíos. El granjero se sorprendió. Le preguntó a Dios : ¿Qué pasó, qué error hubo?.
Dios dijo: Como no hubo desafío, no hubo conflicto, ni fricción, como tu evitaste todo lo que era malo, el trigo se volvió impotente.
Un poco de lucha es imprescindible. Las tormentas, los truenos, los relámpagos, son necesarios, porque sacuden el alma dentro del trigo.
La noche es tan necesaria como el día y los días de tristeza son tan esenciales como los días de felicidad. A esto se le llama entendimiento. Entendiendo este secreto descubrirás cuán grande es la belleza de la vida, cuanta riqueza llueve sobre ti en todo momento, dejando de sentirte miserable porque las cosas no van de acuerdo con tus deseos.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Thich Nhat Hanh

Si sabemos cómo conducirnos en el momento presente, no tenemos que preocuparnos por el futuro.Si el momento presente tiene paz, alegría y felicidad, entonces el futuro también lo tendrá.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Sopa de pollo para el alma

El amor y el taxista
El otro día, en Nueva York, cogí un taxi con un amigo. Cuando nos bajamos, mi
amigo le dijo al taxista:
—Le agradezco el viaje. Es usted un conductor estupendo.
Durante un segundo, el hombre se quedó atónito. Después reaccionó:
—Oiga, ¿me está tomando el pelo o qué?
—Nada de eso, amigo mío, no tengo intención de molestarlo. Admiro la
tranquilidad con que se mueve en medio de semejante tránsito.
—Ah —farfulló el conductor, y siguió su recorrido.
—¿A qué venía eso? —pregunté.
—Estoy tratando de restaurar el amor en Nueva York —me respondió mi
amigo—. Creo que es lo único capaz de recuperar la ciudad.
—¿Cómo es posible que un solo hombre salve Nueva York?
—No es cuestión de un solo hombre. Creo que a ese taxista le he cambiado
el día. Suponte que haga veinte viajes. Pues será amable con esos veinte
pasajeros porque alguien fue amable con él. Ellos, a su vez, serán más cordiales
con sus empleados, servidores o colaboradores, e incluso con sus respectivas
familias. En última instancia, la buena disposición podría extenderse a un millar
de personas por lo menos. No está mal, ¿no te parece?
—Pero tú confías en que ese taxista transmita tu buena disposición a los
demás.
—No estoy confiando en nada —respondió mi amigo—. Me doy cuenta de
que el sistema no es totalmente seguro. Hoy puedo encontrarme con diez
personas muy diferentes, si de entre esos diez puedo hacer felices a tres,
finalmente podré influir en forma indirecta sobre las actitudes de tres mil más.
—Teóricamente suena bien —admití—, pero no estoy seguro de que en la
práctica funcione.
—Si no funciona no se pierde nada. No perdí ni un minuto en decirle a ese
hombre que estaba haciendo muy bien su trabajo. Ni le di una propina mayor ni
una más pequeña. Y si mis palabras cayeron en oídos sordos, ¿qué importa?
Mañana habrá algún otro taxista a quien pueda tratar de hacer feliz.
—Oye, tú estás un poco chiflado —señalé.
—Tus palabras demuestran lo cínico que te has vuelto. Este asunto lo tengo
estudiado. Lo que al parecer les falta a nuestros empleados de correos, aparte
de dinero, por cierto, es que nadie les dice lo bien que están haciendo su trabajo.
—Pero si no están haciendo bien su trabajo.
—Si no están haciendo bien su trabajo es porque sienten que a nadie le
importa cómo lo hacen. ¿Por qué no decirles una palabra que les anime?
En ese momento pasábamos junto a un edificio en construcción, donde
cinco obreros estaban almorzando. Mi amigo se detuvo.
—Qué trabajo estupendo habéis hecho —señaló—. Debe de ser algo muy
difícil y peligroso.
Los hombres lo miraron con desconfianza.
—¿Cuándo estará terminado?
—En junio —gruñó uno de ellos.
—Ah. Pues realmente, es impresionante. Debéis de estar muy orgullosos.
Seguimos caminando y yo le señalé:
—No he visto a nadie como tú desde que leí el Quijote.
—Cuando esos hombres asimilen mis palabras se sentirán más felices y, de
alguna manera, su felicidad será un beneficio para la ciudad.
—Pero, ¡esa no es una tarea para que la hagas tú solo! —protesté yo—. Al
fin y al cabo, no eres más que un hombre.
—Lo más importante es no descorazonarse. Intentar que la gente de la
ciudad vuelva a ser feliz no es tarea fácil, pero si puedo enrolar a más gente en
mi campaña...
—Acabas de guiñarle el ojo a una mujer feísima —le señalé.
—Ya lo sé —me respondió—. Piensa que si es maestra de escuela hoy sus
alumnos tendrán un día fantástico.

Art Buchwald

jueves, 11 de mayo de 2017

Cuentos y fábulas de Buda

El Buda de Madera
Una fría noche de invierno, un asceta errante pidió asilo en un templo. El pobre hombre estaba tiritando bajo la nieve, y el sacerdote del templo, aunque era reacio a dejarlo entrar, acabó accediendo:
—Está bien, puedes quedarte, pero sólo por esta noche. Esto es un templo. No un asilo. Por la mañana tendrás que marcharte.
A altas horas de la noche, el sacerdote oyó un extraño crepitar. Acudió rápido al templo y vio que el forastero había encendido un fuego y estaba calentándose.
 Observó que faltaba un Buda de madera, y preguntó:
—¿Dónde está la estatua?
El otro señaló al fuego con un gesto y dijo:
—Pensé que iba a morirme de frío…
—¿Estás loco? ¿Sabes lo que has hecho? Era una estatua de Buda. ¡Has quemado al Buda!
El fuego iba extinguiéndose poco a poco. El asceta lo contempló fríamente y comenzó a removerlo con su bastón.
—¿Qué haces ahora? —vociferó el sacerdote.
—Estoy buscando los huesos del Buda que, según tú, he quemado.  

jueves, 4 de mayo de 2017

Cuentos y fábulas de Buda

Los Dos monjes budistas
Dos monjes budistas estaban paseando fuera del monasterio.
Uno era un viejo maestro aproximadamente de unos noventa años y el otro eran un principiante joven. Ellos estaban cerca de una corriente de agua que había inundado sus bancos.
Al lado de la corriente había una joven hermosa que les dijo, "Mirad, Maestros, está todo inundado.
¿Me ayudaría usted a travesar la corriente?".
El joven monje estaba horrorizado ante el hecho de tener que tomarla para travesar el charco, pero el viejo con calma la tomó y la llevó a través la corriente. Cuando llegaron al otro lado de la corriente, él la dejó y los dos monjes continuaron caminando. El joven no podía dejar de pensar en este incidente y finalmente le dijo al más viejo, " ¡Maestro! Usted sabe que hemos jurado abstinencia. No nos permiten tocar una joven hermosa así. ¿Cómo podría usted tomar a aquella joven hermosa en sus brazos y dejarle poner sus manos alrededor de su cuello, sus pechos al lado de su pecho, y llevarle a través de la corriente así? ". Y el anciano le dijo, "¡Hijo mío, usted todavía la lleva encima! ".