viernes, 28 de mayo de 2021

GIBRÁN KHALIL GIBRÁN - EL LOCO

Me preguntáis como me volví loco. Así sucedió:

Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -sí; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:

¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!

Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:

-Miren! ¡Es un loco!

Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:

¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!

Así fue como me convertí en un loco.

Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.

Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón. 

lunes, 24 de mayo de 2021

Cuentos Sufís - EL ASNO LASTIMADO


Había un aguador que poseía un asno de carácter desabrido y cansado de la existencia. Los fardos habían lastimado su lomo y éste inconsolable no esperaba ya más que la muerte. La falta de alimento lo hacía sufrir cruelmente y soñaba continuamente con un pienso de paja. El acicate había dejado, además, en sus costados unas llagas dolorosas.

Ahora bien, el palafrenero jefe del palacio del sultán conocía al propietario de este asno. Un día se cruzó con él en su camino. Lo saludó y, viendo el estado de su asno, se compadeció de él.

"¿Por qué está este asno tan demacrado? preguntó.

-La causa es mi pobreza, respondió el hombre. También yo estoy necesitado y mi asno tiene que prescindir de todo alimento."

El palafrenero le dijo:

"Confíamelo unos días para que aproveche un poco las ventajas de la cuadra del sultán."

El hombre le confió, pues, su asno y éste fue instalado en las cuadras del palacio. Allí vio unos caballos árabes, fogosos y lustrosos, provistos de un buen lecho de paja y de abundante alimento. El suelo estaba limpio y aseado. Nunca llegaba a faltar nada. Y viendo que a cada momento los almohazaban, el asno elevó los ojos al cielo y dijo:

"¡Oh, Dios mío! Aunque sólo sea un asno, soy, de todos modos, una de tus criaturas. ¿Por qué, entonces, tengo que soportar esta miseria y estos tormentos?

Paso las noches llamando a la muerte con mi deseo a causa de mi lomo baldado y mi vientre vacío. En comparación, la suerte de estos caballos me parece particularmente envidiable. ¿Es que, por casualidad, me están reservadas estas pruebas a mí solo?"

Ahora bien, un día estalló la guerra. Los caballos fueron ensillados y partieron al combate. Cuando volvieron a la cuadra, estaban ensangrentados, heridos por todas partes por innumerables lanzazos o flechazos. Los hicieron entrar en la cuadra y los trabaron para que el herrador, provisto de su lanceta, pudiese actuar. Y éste empezó a cortar en las heridas para retirar las puntas de las flechas. Al ver todo esto, el asno se dijo:

"¡Oh, Dios mío! A fin de cuentas, estoy satisfecho con mi estado de pobreza. Esta abundancia se vuelve pronto muy amarga. ¡Muy poco para mí!

Quien busca la salvación no se aficiona a este mundo de aquí abajo. ¡Mi salvación es la pobreza!"


miércoles, 19 de mayo de 2021

Cuentos Sufís - LA PERLA

Había un hombre llamado Nasuh, que se ocupaba en el baño del servicio de las mujeres. Su cara era muy afeminada, lo que le permitía disimular su virilidad. Era un maestro en el arte del disfraz. Desde hacía años actuaba así y nadie había descubierto su secreto. Pero, a pesar de su cara y de su voz aflautada, su deseo era ardiente. Cubría su cabeza con un velo, pero era un joven ardoroso.

Se arrepentía a menudo de esta actividad, pero su deseo volvía a imponerse. Un día fue a ver a un sabio para que éste le procurase el socorro de sus plegarias. El sabio comprendió enseguida la situación y no dejó que se le notara nada. Sus labios estaban como cosidos, pero, en su corazón, los secretos ya estaban desvelados. Pues los que conocen los secretos tienen la boca sellada.

Así, con una ligera sonrisa, dijo al joven:

"¡Que Dios te haga arrepentirte de lo que tú sabes!"

Esta plegaria atravesó los siete cielos y fue aceptada, pues las plegarias de este sheij eran diferentes de las demás. Dios creó, pues, un pretexto para sacar a Nasuh de la situación en la que se encontraba. Un día, cuando Nasuh llenaba un barreño de agua, la hija del sultán extravió una perla. Era una de las joyas que adornaban sus pendientes. Todas las mujeres presentes se precipitaron por todos lados para encontrarla y cerraron las puertas. Por mucho que buscaron por todas partes, la perla siguió sin aparecer. Para no omitir nada, se decidió registrar a las personas presentes, mirar en su boca, sus orejas y en todos los orificios y aberturas. Se ordenó a todos que se desnudaran para ser registrados.

Nasuh, retirado en un rincón, con el rostro pálido, estuvo a punto de desvanecerse de miedo. Pensaba en la muerte y su cuerpo temblaba como una hoja. Se decía:

"¡Oh, Dios mío! ¡He pecado mucho! He faltado a mis buenas resoluciones.

Y cuando me llegue el turno de ser registrado, ¿quién puede decir cuántas torturas sufriré? Siento ya el olor a quemado de mis pulmones. ¡Ah! ¡No deseo a nadie, ni siquiera a un infiel, que conozca un trance semejante! ¡Ojalá que mi madre no me hubiese concebido! ¡O que un león me hubiese devorado! 

¡Oh, ¡Dios mío! Me confío a tu misericordia. ¡Ten piedad de mí! Concédeme la gracia pues cada poro de mi piel siente como una mordedura de serpiente. Si cubres mi vergüenza, me arrepentiré de todos mis pecados. ¡Acepta una vez más mi arrepentimiento y si no cumplo esta promesa, haz de mí lo que quieras!"

Mientras que mascullaba así. Nasuh oyó decir a alguien:

"Hemos registrado a todo el mundo. Pero ¿dónde está Nasuh? Que venga para ser también registrada."

Al oír esto, Nasuh se derrumbó como un muro que se viene al suelo. Su razón lo abandonó y permaneció en el suelo, inanimado. En este estado, mientras estaba fuera de sí mismo, pudo alcanzar el secreto de la verdad.

Mientras que nada subsistía de su existencia, se concedió un favor a su alma.

Esta escapó de la razón para unirse a la verdad. Entonces fue cuando afluyó la oleada de la misericordia.

De repente, alguien gritó:

"¡Aquí está la perla! ¡Acabo de encontrarla! ¡Tranquilizaos y alegraos conmigo!"

Las mujeres aplaudieron diciendo:

"¡Todo solucionado!"

El alma de Nasuh volvió a la superficie y sus ojos vieron de nuevo la luz.

Todos le pedían perdón por haber dudado de su honradez.

"¡Te hemos calumniado, Nasuh! Pero, como eras tú la que estaba más cerca de la hija del sultán, ¿no era normal que fueses la primera sospechosa?"

De hecho, las mujeres habrían querido empezar el registro por ella, pero, por respeto a su intimidad con la hija del sultán, habían querido dejarle así la ocasión de desembarazarse de la perla. Mientras que ellas pedían perdón, Nasuh decía:

"No os excuséis. Soy culpable y mi culpabilidad supera la vuestra. Lo que me sucede es un favor de Dios, pero, en realidad, soy peor de lo que imagináis.

Todo lo que hayáis podido decir sobre mí no es ni la centésima parte de mis pecados. Quien cree conocer mis faltas, no conoce sino una ínfima parte de ellas.

Dios, que cubre con un velo toda vergüenza, conocía bien mis pecados. Iblis, que fue mi maestro durante algún tiempo, se había convertido en discípulo mío. Dios conocía mis faltas, pero las ha ocultado para ahorrarme la vergüenza. Con su misericordia, me ha abierto el camino del arrepentimiento. Aunque cada uno de mis pelos se convirtiese en una lengua, eso no bastaría para expresar mi gratitud."

Algún tiempo después, vino alguien de parte de la hija del sultán para invitarlo a cumplir su servicio en el baño. No quería, le dijeron, ser servida sino por ella. Nasuh respondió:

"¡Vete! Yo ya he salido de esa situación. ¡Di que Nasuh está enfermo!"

Y se decía:

"¡He muerto y resucitado! Este instante de temor que he vivido es inolvidable. ¡Después de tal advertencia, sólo un asno perseveraría en el error!"

jueves, 13 de mayo de 2021

Cuentos Sufís - EL FUEGO DE LA NOSTALGIA


Mediún, separado de su amada, había caído enfermo y el fuego de la nostalgia hacía hervir su sangre. Vino un médico para cuidarlo, pero, cuando puso el dedo en el lugar de su dolor, el enamorado lanzó un grito:

"¡Déjame! ¡Si tengo que morir, tanto peor!"

El médico replicó, asombrado:

"¡Tú que no temes al león y que estás cada noche rodeado de animales salvajes, dominándolos con sólo la fuerza de tu amor! ¿Qué significa este miedo repentino?"

Mediún respondió:

"No tengo miedo de la enfermedad, pues soy más paciente que la montaña.

Mi cuerpo está contento con la enfermedad. El pesar es mi patrimonio y mi corazón está lleno de Leila. ¡Por eso temo que, al hacerme una sangría, puedas herir a mi amada!"

sábado, 8 de mayo de 2021

Cuentos Sufís - EL ASNO Y EL ZORRO

Un campesino poseía un asno flaco y demacrado que, desde el poniente hasta la salida del sol, vagaba, lamentable, sin comer nada, por los pedregosos desiertos. Ahora bien, en estos parajes había un bosque rodeado de marismas, en el que reinaba un león, gran cazador. Este león se encontraba entonces agotado y malherido como consecuencia de un combate con un elefante. Estaba tan débil que ya no tenía fuerza para cazar. Tanto, que él y los demás animales se encontraban privados de alimento. Estos últimos tenían, en efecto, la costumbre de alimentarse con los restos de la comida del león. Un día el león ordenó al zorro:

"Ve a cazarme un asno. Busca uno en el prado y arréglatelas para traerlo aquí por astucia. Comiendo su carne recuperaré fuerzas y me pondré de nuevo a

cazar. Necesitaré muy poco y os dejaré el resto. Practica tus sortilegios y tráeme un asno o un buey. Emplea cualquier medio a tu conveniencia, pero arréglatelas para que se acerque a mí.

-Soy tu servidor, dijo el zorro. Estoy en mi terreno cuando se trata de astucia. Mi camino aquí abajo consiste en guiar a los que abandonan el buen camino."

Partió, pues, hacia el prado. Pues bien, en su camino, en medio de un desierto, vino a dar con un asno que vagaba, flaco y demacrado. Se acercó y entabló conversación con este inocente.

Pero ¿qué haces tú en este pedregoso desierto?

-El que yo coma espinas o que esté en el jardín del Irem Dios lo ha querido así y yo le doy gracias por ello. Se deben agradecer los beneficios tanto como las decepciones. Pues en el destino existe lo peor de lo peor. Como es Dios quien hace el reparto, la paciencia es la llave de todo favor. Si me ofrece leche, ¿por qué habría de pedirle miel? De todos modos, cada día trae su parte de tormentos.

-Pero, replicó el zorro, la voluntad de Dios es que busques la parte que te está destinada. Este es un mundo en el que reina el pretexto. Si no hay pretexto ni razón aparente, tu parte se te escapa. Por eso es por lo que es importante reclamar.

-Lo que dices, dijo el asno, prueba tu falta de confianza en Dios.

Pues El que da la vida dará también el pan. El que es paciente acaba por encontrar su parte, tarde o temprano y, con seguridad, más rápidamente que el que no sabe esperar.

- ¿La confianza en Dios? respondió el zorro. Eso es algo muy escaso. Y no creas que tú o yo la tengamos. Hay que ser muy ignorante para pretender conseguir lo escaso, pues no a todos les es dado llegar a sultán.

-Tu discurso está hecho sólo de contradicciones, replicó el asno.

Aquí abajo, todas las desgracias provienen de la codicia. Hasta hoy, nadie ha oído hablar nunca de una muerte causada por la moderación y nadie ha llegado a sultán sólo por la fuerza de su ambición. Los perros no comen pan y los cerdos tampoco. La lluvia y las nubes no son fruto de una acción humana. El deseo que tienes de conseguir tu parte no tiene igual sino en el deseo que tu parte tiene de unirse a ti. Si tú no vas hacia ella, ella vendrá a ti. En esta búsqueda, la precipitación sólo puede traer decepciones.

- ¡Eso no es más que una leyenda! se burló el zorro. Hay que hacer un esfuerzo, aunque no sea más que para obtener una semilla. Puesto que Dios te ha dado manos, debes usarlas. Tienes que trabajar, aunque sólo sea para ayudar a tus amigos. Puesto que nadie puede ser a la vez sastre, aguador y carpintero, el universo encuentra equilibrio en la distribución del trabajo y de las ganancias. Es un error creerse libre porque se consume gratis.

-Yo no conozco mejor ganancia que la confianza en Dios, dijo el asno; pues cada vez que se dan las gracias a Dios, aumenta nuestra ganancia."

Conversaron así durante mucho tiempo y acabaron por agotar las preguntas y las respuestas. Finalmente, el zorro dijo al asno:

"Es una idiotez esperar en este desierto de piedras. La tierra de Dios es vasta. Ve mejor al prado. En él, todo es verde como en el paraíso. La hierba crece abundante. Todos los animales viven allí alegres y felices. La hierba es tan alta que incluso un camello podría ocultarse en ella. Unos arroyos de agua pura amenizan este Edén por aquí y por allá."

El asno ni siquiera dudó en responder:

"¡Oh, traidor! Si vienes de ese paraíso, ¿por qué estás tan flaco? ¿Y dónde está, tu alegría? La debilidad de tu cuerpo es peor que la mía. Si eres un mensajero de los arroyos de lo que me hablas, entonces ¿qué mensajero enviará la sequía? Tú cuentas muchas cosas, pero apenas presentas pruebas."

A fuerza de insistencia, el zorro consiguió arrastrar al asno hacia el bosque.

Lo condujo hacia el cubil del león. Cuando estaban aún bastante lejos, el león cargó, lleno de impaciencia. Con un terrible rugido, se precipitó hacia el asno, pero sus fuerzas lo traicionaron y el asno, medio muerto de miedo, logró refugiarse en la montaña. El zorro dijo entonces al león:

"¡Oh, sultán de los animales! ¿Por qué has actuado así contra toda razón?

¿Por qué te has precipitado? Si hubieras sabido esperar, era asunto resuelto. Al verte, el asno ha huido y tu debilidad, revelada a la luz del día, te cubre de vergüenza.

-Yo creía poseer mi fuerza de otros tiempos, dijo el león. Ignoraba que estuviera debilitado hasta este punto. El hambre me ha hecho olvidar todo. Mi razón y mi paciencia se han evaporado. Utiliza, por favor, tu inteligencia una vez más y tráemelo. Si lo consigues, te estaré agradecido para siempre.

-Si Dios lo quiere, dijo el zorro, la ceguera de su corazón le hará cometer de nuevo el mismo error. Quizás olvide el miedo que acaba de experimentar. ¡No sería muy extraño por parte de un asno! Pero si lo consiguiera, no peques por exceso de precipitación para no arruinar mis esfuerzos.

-Ahora ya tengo experiencia, dijo el león. Ya sé que estoy débil e inválido.

Te prometo no atacarlo hasta que esté a mi alcance."

Así que el zorro volvió a ponerse en camino rezando:

"¡Oh, Dios mío! ¡Ayúdame! ¡Haz que la ignorancia oscurezca la inteligencia de este asno! Debe de estar ahora arrepintiéndose y jurando no dejarse engañar nunca más por las promesas del prójimo. Ayúdame para que pueda engañarlo una vez más. Pues soy enemigo de toda inteligencia y traidor a todo juramento."

Cuando llegó junto al asno, éste le dijo:

"¡Déjame en paz, oh cruel! ¿Qué te he hecho para que me arrastres así ante un dragón? ¿Por qué has atentado contra mi vida? ¿Qué ha causado esta animosidad? La causa de todo esto es, sin duda, tu perversa naturaleza. Eres como el escorpión que pica a los que nada le han hecho. O como el diablo que nos hace daño sin razón alguna.

-Lo que has visto, dijo el zorro, no era sino una aparición creada por los artificios de la magia. Puedes suponer que, si no existieran tales sortilegios, todos los hambrientos se habrían citado en ese lugar. Si esta ilusión no existiera, la comarca se convertiría en refugio de los elefantes y nada quedaría en pie. Yo quería avisarte para evitarte este terror, pero mi piedad por ti y el deseo que yo tenía de ayudarte, todo eso me quitó esta precaución de la cabeza. Si no, estoy seguro que te habría advertido de ello.

-¡Oh, enemigo! dijo el asno. ¡Desaparece de mi vista! ¡No quiero verte más!

Ahora lo comprendo: ¡desde el principio, no buscabas más que mi vida! ¡Después de que he visto el rostro de Azrael, tienes aún el descaro de intentar engañarme!

Soy la vergüenza de la especie de los asnos, te lo concedo. Soy incluso, si tú quieres, el más vil de los animales, pero, sin embargo, vivo. Un niño que hubiera vivido lo que yo acabo de vivir se habría convertido en un anciano. Prometo ante Dios que nunca más creeré las mentiras de los impostores."

El zorro replicó:

"No existen heces en lo puro. Pero la duda existe en la imaginación. Tus sospechas están injustificadas. Créeme. No hay mentira alguna en mis palabras ni traición en mis intenciones. ¿Por qué afligir a tu amigo con tales sospechas?

¡Aunque las apariencias estén contra ellos, no desconfíes de tus hermanos! La sospecha aleja a los amigos, unos de otros. Te lo repito: ese león sólo era una ilusión. La duda y el miedo no son sino obstáculos en tu camino."

El asno intentó resistirse a las mentiras del zorro, pero la falta de alimento había agotado su paciencia y oscurecido su entendimiento. El cebo del pan ha costado, ciertamente, muchas vidas y atravesado muchas gargantas. Y el asno era prisionero de su hambre. Se decía:

"Si la muerte está al final del camino, eso sigue siendo, a pesar de todo, un camino. Y, al menos, me libraré de esta hambre que me atenaza. ¡Si la vida consiste en este sufrimiento, acaso valga más morir!"

Había tenido desde luego un destello de inteligencia, pero, a fin de cuentas, prevaleció su asnería. El zorro lo condujo, pues, ante el león y éste lo devoró.

Tras este combate, el león tuvo sed y partió hacia el río para saciarla. Mientras estaba ausente, el zorro comió el hígado y el corazón del asno. A su vuelta, viendo que el asno no tenía hígado ni corazón, el león preguntó al zorro:

"¿Adónde han ido a parar su corazón y su hígado? No conozco criatura que esté desprovista de estos dos órganos."

El zorro replicó:

"¡Oh, león! Si hubiese tenido hígado y corazón*, ¿habría vuelto aquí por segunda vez?"

martes, 4 de mayo de 2021

Cuentos Sufís - ACTO FALLIDO

Un hombre piadoso tenía una mujer muy celosa. Poseía una sirvienta tan hermosa como las huríes. Su mujer, para protegerlo de la tentación, se las arreglaba para no dejarlo nunca solo con ella. Ejercía un control permanente, tanto que estos dos enamorados nunca encontraban un instante propicio para su unión.

Pero, cuando la voluntad de Dios se manifiesta, las murallas de la razón se derrumban bajo los golpes de la inadvertencia. Cuando la orden de Dios aparece, ¡qué importa la razón! ¡Incluso la luna desaparece!

Un día, la mujer partió para el baño, acompañada de su sirvienta. Pero, en el camino, se acordó de pronto que había olvidado traer su barreño. Dijo a su sirvienta:

"¡Corre! ¡Ve como un pájaro a la casa y tráeme mi barreño de plata!"

La sirvienta se llenó de alegría al ver realizarse su esperanza. Se decía:

"El amo debe de estar en casa en este momento. Así que podré unirme a él."

Corrió, pues, hacia la morada de su amo, con la cabeza llena de estos agradables pensamientos. Desde hacía seis años, en efecto, llevaba en su interior este deseo. Vivía con la esperanza de pasar un rato con su amo. Así que no corrió hacia la casa. No, más bien voló hacia ella. Encontró allí a su amo solo. El deseo entre estos dos enamorados era tan intenso que no pensaron siquiera en cerrar la puerta con llave. Se sumergieron así en la embriaguez y mezclaron sus dos almas.

La mujer, que seguía esperando en el camino del baño, se dio cuenta repentinamente de la situación.

"¿Cómo he podido enviar a esta sirvienta a la casa? ¿No es esto acercar el fuego a la estopa? ¿O el carnero a la oveja?"

Corrió hacia su casa. La sirvienta corría bajo el imperio del amor, pero ella corría bajo el imperio del temor. Y es grande la diferencia entre el amor y el temor. En cada aliento el sabio se acerca al trono del sha, pero el hombre piadoso hace en un mes el trayecto de un día.

La mujer llegó finalmente a la casa y abrió la puerta. El chirrido de los goznes puso término a la felicidad de los enamorados. La sirvienta se levantó de un salto, mientras que el hombre, prosternado, se puso a rezar. Viendo a su sirvienta descompuesta y a su marido en oración, la mujer fue presa de sospechas. Levantó la túnica de su marido y comprobó que su miembro estaba manchado, igual que sus muslos y sus piernas. Se golpeó la cabeza con las manos.

"¡Oh, imprudente! ¡Así es como rezas! ¡Es digna del estado de oración y de evocación esta suciedad sobre tu cuerpo!"

Si preguntas a un infiel quién ha creado el universo, te responderá: "¡Dios Él es quien lo ha creado, como atestigua toda la creación." Pero las obras de los infieles, que sólo son blasfemias y malos pensamientos, no corresponden apenas a esta afirmación, como sucede con el hombre de nuestra historia.