domingo, 26 de agosto de 2018

Cuentos Sufís - GARBANZOS

¡Mira! ¡Y observa cómo suben a la superficie los garbanzos que hierven en la olla cuando son vencidos! Se les ve agitarse sin cesar en la olla y se dicen:
"¿Por qué nos han comprado? ¿Para torturarnos haciéndonos hervir así?"
Y el cocinero, removiendo la olla con su cucharón, les responde:
"¡Mi objeto es coceros! Estáis crudos y tenéis que estar cocidos por el fuego de la separación para que toméis sabor. Sólo así podréis mezclaros con el alma.
Esta cocción no tiene la finalidad de torturaros. Mientras estabais en el huerto,
absorbisteis agua y os volvisteis verdes. ¡Esta bebida que habéis recibido y vuestra floración, todo eso estaba destinado al fuego!"
Los garbanzos replican:
"Si es así, ¡oh, maestro! ¡ayúdanos para que estemos bien hervidos! En este hervor en el que estamos, tú eres nuestro arquitecto. Golpea nuestras cabezas con tu cucharón si eso es bueno. Golpea nuestras cabezas para que no seamos rebeldes como un elefante que sueña con la India."
El cocinero:
"También yo era como vosotros: un trozo de tierra. Pero, combatiendo este fuego, he adquirido valor. También yo he hervido en la olla de este mundo y en la olla de mi cuerpo. Por estas dos cocciones me he acercado a la significación verdadera. Así es como he adquirido un espíritu. ¡Yo me he convertido en un espíritu, pero a ti hay que cocerte una vez más si se quiere que escapes a tu estado animal!"
¡Mejor pide a Dios que te haga comprender el sentido de sus sutilezas!

lunes, 20 de agosto de 2018

Cuentos Sufís - LA YEGUA Y SU POTRO

Una yegua y su potro bebían juntos en el abrevadero. De pronto, el palafrenero se puso a silbar para impedírselo. El potro, asustado por aquel ruido, dejó instantáneamente de beber. Pero su madre le dijo:
"¡Oh, potro mío! ¿Por qué dejas de beber?"
El potro respondió:
"Me ha asustado el ruido de esa gente que silba. Mi corazón tiembla de miedo ante la idea de que se pongan a gritar todos juntos."
La yegua le dijo:
"El mundo está hecho así. Todos hacen algo. ¡Oh hijo mío! ¡Haz tú lo que tienes que hacer! ¡Trenza tu barba antes de que te la corten! El tiempo es limitado y el agua corre. ¡Alimenta tu alma antes de ser separado de ella!"
Las palabras de los hombres de Dios son una fuente de vida. ¡Oh, sediento ignorante! ¡Ven! Aunque no veas el arroyo, haz al menos como los ciegos que echan su cántara al río.

viernes, 17 de agosto de 2018

Cuentos Sufís - EL VIENTO


Un día, llegó un mosquito ante el profeta Salomón para quejarse:
"¡Oh, Salomón el Justo! Los hombres y los genios obedecen tus órdenes. El ave y el pez confían en tu justicia. No hay nadie hasta hoy que no pueda atestiguarlo. Ayúdanos, pues eres el que vuela en socorro de los débiles.
Nosotros, los mosquitos, somos el símbolo mismo de la debilidad." El profeta Salomón le dijo:
"¡Oh, tú que deseas justicia! Dime de quién tienes queja. ¿Quién te tortura?
Es extraño que tal verdugo haya podido escapar a mi justicia. Pues, a mi nacimiento, murió la injusticia igual que la oscuridad desaparece al nacer el día."
El mosquito:
"¡Me quejo del viento! Sus manos de verdugo son las que sacuden mi cuerpo en todos los sentidos."
Salomón le dijo:
"Dios me ha dado la orden siguiente: No escuches a un demandante si su enemigo no está presente. Aunque ese demandante exponga todos sus agravios, en ausencia de su adversario sus quejas no son aceptables. Tráeme a tu adversario si quieres pedir justicia."
El mosquito:
"Dices verdad. El viento es mi adversario y tú eres el único que puede infundirle respeto."
Salomón dijo entonces:
"¡Oh, viento! ¡Ven aquí! Porque el mosquito se queja de ti y de las torturas a que lo sometes."
Al instante, el viento obedeció la orden de Salomón y vino a presentarse ante el profeta. El mosquito huyó al momento. Y Salomón lo llamó:
"¿Por qué huyes así? Ven si quieres que resolvamos tu problema."
El mosquito respondió:
"¡Oh, sultán mío, ayúdame! El representa la muerte para mí. Cuando viene, no puedo quedarme. ¡No me queda más que una solución: la huida!".
Cuando la luz de Dios se manifiesta, no queda otra cosa más que esa luz.
Mira las sombras que buscan la luz. Cuando ésta llega, ellas desaparecen.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Cuentos Sufís - LLAMAR


Un hombre se había enamorado locamente de una mujer, pero su unión era imposible. Se lamentaba noche y día, sin comer ni dormir. El amor lo había transformado en un vagabundo. Y sus tormentos eran interminables.
¿Por qué se presenta el amor al principio como un verdadero asesino? Es para que se pueda distinguir a los que no son realmente enamorados.
Cada vez que nuestro hombre intentaba enviar un mensaje a su amada, el destinatario. Había intentado también atar una carta al cuello de una paloma, pero el calor de sus palabras había quemado las alas del ave.
Esta situación duró siete años. Soñaba sin cesar con el instante de su unión.
El profeta dijo: "¡Si llamas, se te abrirá!" Y nuestro enamorado llamaba a la puerta con todo su corazón.
Una noche, cuando había entrado en el jardín y se ocultaba para no ser descubierto por el guarda, encontró a su amada. Se puso entonces a rogar a Dios que colmase de favores a ese guarda que le había ayudado a encontrar a su amada.
Cuando las piernas se han roto, Dios nos ofrece alas. Puede, incluso, abrir una puerta en el fondo de un pozo. Si miras con Dios una cosa desagradable, esa cosa se convertirá en un favor para ti.

viernes, 10 de agosto de 2018

Cuentos Sufís - TAMBORES


Un niño estaba encargado de tocar el tambor para espantar a los cuervos que venían a picotear las semillas. Las semillas estaban protegidas de las aves por el sonido de su tambor. Pues bien, un día, el sultán Mahmud llegó con todo su ejército y millares de soldados invadieron el pueblo. El mismo sultán marchaba a la cabeza, encaramado en un camello que llevaba dos grandes tambores. Cuando vio que este camello penetraba en su campo, el niño tocó su tambor para expulsarlo. Un hombre sensato le dijo:
"¡Qué ridículo es tu tambor comparado con los enormes tambores que lleva el camello! ¡Pierdes el tiempo haciendo ruido porque ese camello ya está acostumbrado a otros sonidos!"

martes, 7 de agosto de 2018

La más profunda aceptación - 14ª parte - Jeff Foster


Ahora que somos adultos, ya no chillamos, literalmente reclamando a nuestras
madres; en vez de eso, tenemos maneras más sofisticadas de buscar alivio para nuestro malestar. Metafóricamente, chillamos por el siguiente cigarrillo, la siguiente copa, la siguiente conquista sexual, el siguiente ascenso en el trabajo, la siguiente experiencia espiritual, la siguiente vía de escape: cualquier cosa que haga que todo vuelva a estar bien, cualquier cosa que haga desaparecer el no estar bien.
Ni siquiera los niños que han tenido una infancia idílica y llena de afecto escapan a este sentimiento básico de separación, de carencia. Se diría que es inherente a la experiencia de ser un individuo. Ningún padre ni madre es culpable de haber creado este sentimiento de separación, esta sensación de carencia; nadie hace intencionadamente de su hijo un buscador. Los organismos recién nacidos que tienen capacidad de abstracto acaban buscando, de un modo natural, una completud conceptual en el futuro, elaborando todo tipo de ideas sobre lo que les hace sentirse bien y mal en sus experiencias, e intentan escapar de todo aquello que perciben como causante del no estar bien, a fin de llegar al lugar del estar bien. Visto así, desarrollar un sentimiento de separación y, luego, buscar la manera de corregirlo encontrando integridad forma parte de la evolución natural de la vida. Buscar no es un error, y no es el enemigo. Es simplemente una cuestión de identidad equivocada.

domingo, 5 de agosto de 2018

La más profunda aceptación - 13ª parte - Jeff Foster


Me pregunto si, de un millón de maneras diferentes, lo que intentamos con
nuestra búsqueda no es simplemente volver al vientre materno, al lugar de la no separación. Allí, no había separación entre el vientre y yo, no había separación entre mi madre y yo; solo había integridad, sin fuera ni dentro. Allí, no existía el «otro», es decir, todo era el vientre. Es como si el mundo entero estuviera allí, como si estuviera allí el universo entero, para cuidar de mí, para protegerme. Me sentía inmerso en un océano de amor, siempre. Era el hogar, sin ningún opuesto, ya que en él yo no conocía los conceptos de dentro y fuera. Era el océano en el que todas y cada una de las olas de experiencia se aceptaba profunda y absolutamente. Era yo mismo.
De hecho, ni siquiera estaba en el vientre; yo era el vientre. Así de completo estaba. No existíamos el vientre^ yo (dos cosas); solo existía el vientre (una cosa, todas las cosas). De manera que, en verdad, no salí del él. En mi esencia más profunda, era —y soy— el vientre. Soy la integridad que añoro.
Pero, de este lugar de completud total siempre presente y sin opuesto, parece que se me expulsó sin previo aviso. De repente, toda aquella seguridad natural desapareció. De repente, me encontré ante un mundo de objetos separados, un mundo azaroso, impredecible, un lugar donde la comodidad, la seguridad —el estar bien— podían aparecer y desaparecer en cualquier momento. Ahora estaba en un mundo donde el estar bien batallaba con el no estar bien.
No es irracional sugerir que, puesto que todo ser humano que existe o ha existido estuvo en el vientre materno, puede que todavía alberguemos un vago recuerdo preverbal de aquel profundo sentimiento de bienestar, y que todos anhelemos intensamente regresar a él. Quizá la búsqueda del hogar sea también la búsqueda del vientre..., no del lugar físico, sino de la integridad que allí había. Añoramos sentirnos a salvo, protegidos, ser uno con todo. Añoramos volver a estar profundamente bien.