Un campesino poseía un asno flaco y demacrado que, desde el poniente hasta la salida del sol, vagaba, lamentable, sin comer nada, por los pedregosos desiertos. Ahora bien, en estos parajes había un bosque rodeado de marismas, en el que reinaba un león, gran cazador. Este león se encontraba entonces agotado y malherido como consecuencia de un combate con un elefante. Estaba tan débil que ya no tenía fuerza para cazar. Tanto, que él y los demás animales se encontraban privados de alimento. Estos últimos tenían, en efecto, la costumbre de alimentarse con los restos de la comida del león. Un día el león ordenó al zorro:
"Ve a cazarme
un asno. Busca uno en el prado y arréglatelas para traerlo aquí por astucia.
Comiendo su carne recuperaré fuerzas y me pondré de nuevo a
cazar. Necesitaré muy poco y os dejaré el resto. Practica tus sortilegios y tráeme un asno o un buey. Emplea cualquier medio a tu conveniencia, pero arréglatelas para que se acerque a mí.
-Soy tu servidor,
dijo el zorro. Estoy en mi terreno cuando se trata de astucia. Mi camino aquí
abajo consiste en guiar a los que abandonan el buen camino."
Partió, pues,
hacia el prado. Pues bien, en su camino, en medio de un desierto, vino a dar
con un asno que vagaba, flaco y demacrado. Se acercó y entabló conversación con
este inocente.
Pero ¿qué haces tú
en este pedregoso desierto?
-El que yo coma espinas o que esté en el jardín del Irem Dios lo ha querido así y yo le doy gracias por ello. Se deben agradecer los beneficios tanto como las decepciones. Pues en el destino existe lo peor de lo peor. Como es Dios quien hace el reparto, la paciencia es la llave de todo favor. Si me ofrece leche, ¿por qué habría de pedirle miel? De todos modos, cada día trae su parte de tormentos.
-Pero, replicó el
zorro, la voluntad de Dios es que busques la parte que te está destinada. Este
es un mundo en el que reina el pretexto. Si no hay pretexto ni razón aparente,
tu parte se te escapa. Por eso es por lo que es importante reclamar.
-Lo que dices,
dijo el asno, prueba tu falta de confianza en Dios.
Pues El que da la vida dará también el pan. El que es paciente acaba por encontrar su parte, tarde o temprano y, con seguridad, más rápidamente que el que no sabe esperar.
- ¿La confianza en
Dios? respondió el zorro. Eso es algo muy escaso. Y no creas que tú o yo la
tengamos. Hay que ser muy ignorante para pretender conseguir lo escaso, pues no
a todos les es dado llegar a sultán.
-Tu discurso está
hecho sólo de contradicciones, replicó el asno.
Aquí abajo, todas las desgracias provienen de la codicia. Hasta hoy, nadie ha oído hablar nunca de una muerte causada por la moderación y nadie ha llegado a sultán sólo por la fuerza de su ambición. Los perros no comen pan y los cerdos tampoco. La lluvia y las nubes no son fruto de una acción humana. El deseo que tienes de conseguir tu parte no tiene igual sino en el deseo que tu parte tiene de unirse a ti. Si tú no vas hacia ella, ella vendrá a ti. En esta búsqueda, la precipitación sólo puede traer decepciones.
- ¡Eso no es más que una leyenda! se burló el zorro. Hay que hacer un esfuerzo, aunque no sea más que para obtener una semilla. Puesto que Dios te ha dado manos, debes usarlas. Tienes que trabajar, aunque sólo sea para ayudar a tus amigos. Puesto que nadie puede ser a la vez sastre, aguador y carpintero, el universo encuentra equilibrio en la distribución del trabajo y de las ganancias. Es un error creerse libre porque se consume gratis.
-Yo no conozco
mejor ganancia que la confianza en Dios, dijo el asno; pues cada vez que se dan
las gracias a Dios, aumenta nuestra ganancia."
Conversaron así
durante mucho tiempo y acabaron por agotar las preguntas y las respuestas.
Finalmente, el zorro dijo al asno:
"Es una idiotez esperar en este desierto de piedras. La tierra de Dios es vasta. Ve mejor al prado. En él, todo es verde como en el paraíso. La hierba crece abundante. Todos los animales viven allí alegres y felices. La hierba es tan alta que incluso un camello podría ocultarse en ella. Unos arroyos de agua pura amenizan este Edén por aquí y por allá."
El asno ni
siquiera dudó en responder:
"¡Oh, traidor! Si vienes de ese paraíso, ¿por qué estás tan flaco? ¿Y dónde está, tu alegría? La debilidad de tu cuerpo es peor que la mía. Si eres un mensajero de los arroyos de lo que me hablas, entonces ¿qué mensajero enviará la sequía? Tú cuentas muchas cosas, pero apenas presentas pruebas."
A fuerza de
insistencia, el zorro consiguió arrastrar al asno hacia el bosque.
Lo condujo hacia el cubil del león. Cuando estaban aún bastante lejos, el león cargó, lleno de impaciencia. Con un terrible rugido, se precipitó hacia el asno, pero sus fuerzas lo traicionaron y el asno, medio muerto de miedo, logró refugiarse en la montaña. El zorro dijo entonces al león:
"¡Oh, sultán
de los animales! ¿Por qué has actuado así contra toda razón?
¿Por qué te has
precipitado? Si hubieras sabido esperar, era asunto resuelto. Al verte, el asno
ha huido y tu debilidad, revelada a la luz del día, te cubre de vergüenza.
-Yo creía poseer mi fuerza de otros tiempos, dijo el león. Ignoraba que estuviera debilitado hasta este punto. El hambre me ha hecho olvidar todo. Mi razón y mi paciencia se han evaporado. Utiliza, por favor, tu inteligencia una vez más y tráemelo. Si lo consigues, te estaré agradecido para siempre.
-Si Dios lo quiere, dijo el zorro, la ceguera de su corazón le hará cometer de nuevo el mismo error. Quizás olvide el miedo que acaba de experimentar. ¡No sería muy extraño por parte de un asno! Pero si lo consiguiera, no peques por exceso de precipitación para no arruinar mis esfuerzos.
-Ahora ya tengo
experiencia, dijo el león. Ya sé que estoy débil e inválido.
Te prometo no
atacarlo hasta que esté a mi alcance."
Así que el zorro
volvió a ponerse en camino rezando:
"¡Oh, Dios mío! ¡Ayúdame! ¡Haz que la ignorancia oscurezca la inteligencia de este asno! Debe de estar ahora arrepintiéndose y jurando no dejarse engañar nunca más por las promesas del prójimo. Ayúdame para que pueda engañarlo una vez más. Pues soy enemigo de toda inteligencia y traidor a todo juramento."
Cuando llegó junto
al asno, éste le dijo:
"¡Déjame en paz, oh cruel! ¿Qué te he hecho para que me arrastres así ante un dragón? ¿Por qué has atentado contra mi vida? ¿Qué ha causado esta animosidad? La causa de todo esto es, sin duda, tu perversa naturaleza. Eres como el escorpión que pica a los que nada le han hecho. O como el diablo que nos hace daño sin razón alguna.
-Lo que has visto, dijo el zorro, no era sino una aparición creada por los artificios de la magia. Puedes suponer que, si no existieran tales sortilegios, todos los hambrientos se habrían citado en ese lugar. Si esta ilusión no existiera, la comarca se convertiría en refugio de los elefantes y nada quedaría en pie. Yo quería avisarte para evitarte este terror, pero mi piedad por ti y el deseo que yo tenía de ayudarte, todo eso me quitó esta precaución de la cabeza. Si no, estoy seguro que te habría advertido de ello.
-¡Oh, enemigo!
dijo el asno. ¡Desaparece de mi vista! ¡No quiero verte más!
Ahora lo
comprendo: ¡desde el principio, no buscabas más que mi vida! ¡Después de que he
visto el rostro de Azrael, tienes aún el descaro de intentar engañarme!
Soy la vergüenza de la especie de los asnos, te lo concedo. Soy incluso, si tú quieres, el más vil de los animales, pero, sin embargo, vivo. Un niño que hubiera vivido lo que yo acabo de vivir se habría convertido en un anciano. Prometo ante Dios que nunca más creeré las mentiras de los impostores."
El zorro replicó:
"No existen heces en lo puro. Pero la duda existe en la imaginación. Tus sospechas están injustificadas. Créeme. No hay mentira alguna en mis palabras ni traición en mis intenciones. ¿Por qué afligir a tu amigo con tales sospechas?
¡Aunque las apariencias estén contra ellos, no desconfíes de tus hermanos! La sospecha aleja a los amigos, unos de otros. Te lo repito: ese león sólo era una ilusión. La duda y el miedo no son sino obstáculos en tu camino."
El asno intentó resistirse a las mentiras del zorro, pero la falta de alimento había agotado su paciencia y oscurecido su entendimiento. El cebo del pan ha costado, ciertamente, muchas vidas y atravesado muchas gargantas. Y el asno era prisionero de su hambre. Se decía:
"Si la muerte está al final del camino, eso sigue siendo, a pesar de todo, un camino. Y, al menos, me libraré de esta hambre que me atenaza. ¡Si la vida consiste en este sufrimiento, acaso valga más morir!"
Había tenido desde luego un destello de inteligencia, pero, a fin de cuentas, prevaleció su asnería. El zorro lo condujo, pues, ante el león y éste lo devoró.
Tras este combate, el león tuvo sed y partió hacia el río para saciarla. Mientras estaba ausente, el zorro comió el hígado y el corazón del asno. A su vuelta, viendo que el asno no tenía hígado ni corazón, el león preguntó al zorro:
"¿Adónde han ido a parar su corazón y su hígado? No conozco criatura que esté desprovista de estos dos órganos."
El zorro replicó:
"¡Oh, león!
Si hubiese tenido hígado y corazón*, ¿habría vuelto aquí por segunda vez?"
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