lunes, 2 de noviembre de 2015

De mis lecturas

Tener fe en alguien entrega una parte de nuestra energía a esa persona; tener fe en una idea entrega una parte de nuestra energía a esa idea; tener fe en un miedo entrega una parte de nuestra energía a ese miedo. Mediante esta entrega de energía quedamos imbricados —mente, corazón y vida— en sus consecuencias. Nuestra fe y nuestro poder de elección son, de hecho, el propio poder de la creación. Somos los canales por medio de los cuales la energía se convierte en materia en esta vida.
Por lo tanto, la prueba espiritual inherente a toda nuestra vida es el reto de descubrir qué nos motiva a hacer las elecciones que hacemos, y si tenemos fe en el miedo o en lo Divino.
Todos necesitamos hacernos estas preguntas, bien como tema del pensamiento espiritual o bien a consecuencia de una enfermedad física. Llega un momento en que todos nos preguntamos: ¿Quién está al mando de mi vida? ¿Por qué las cosas no resultan como quiero? Por mucho éxito que tengamos, en algún momento tomamos conciencia de que nos sentimos incompletos. Algún acontecimiento, relación o enfermedad que no entraba en nuestros planes nos hará ver que no basta el poder personal para superar una crisis. Estamos destinados a tomar conciencia de que nuestro poder personal es limitado. Estamos destinados a preguntarnos si en nuestra vida actúa alguna otra «fuerza» y a plantearnos las siguientes preguntas: ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi finalidad?
Adquirir conciencia de nuestras limitaciones nos dispone a considerar otras opciones que de otro modo no habríamos elegido. En los momentos en que nuestra vida nos parece más descontrolada podríamos abrirnos a una orientación que antes no habríamos acogido bien.
Entonces es posible que nuestra vida avance en direcciones que no habíamos previsto. La mayoría acabamos diciendo: «Jamás pensé que haría esto, o viviría aquí, pero aquí estoy, y todo marcha bien.»
Podemos llegar a esa rendición utilizando la visión simbólica, a fin de considerar la vida solamente como un viaje espiritual. Todos hemos conocido a personas que se han recuperado de circunstancias terribles, y han atribuido el hecho a haber dejado las cosas en manos de lo Divino. Y todas esas personas han compartido la experiencia de decir a lo Divino: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya.» Si esa oración es lo único que se necesita, ¿por qué le tenemos tanto miedo?
Nos aterra la idea de que reconocer la voluntad divina y, por lo tanto, rendir nuestra voluntad a una voluntad superior, nos va a alejar de todo lo que nos proporciona agrado o comodidad física. Así pues, nuestra voluntad se resiste a la orientación divina: la invitamos a entrar, pero nos esforzamos en obstaculizarla totalmente.
Tengamos presente que nuestra vida física y nuestro camino espiritual son una misma cosa. Disfrutar de la vida física es un objetivo tan espiritual como el de lograr un cuerpo físico sano. Ambas cosas son una consecuencia de seguir la orientación divina al hacer elecciones sobre cómo vivir y de actuar movidos por la fe y la confianza. Rendirse a la autoridad divina significa liberarse de las ilusiones físicas, no de los placeres y comodidades de la vida física.
A veces, el mayor acto de amor es abstenernos de juzgar a otra persona o a nosotros mismos. Una y otra vez se nos recuerda que juzgar o criticar es un error espiritual. Desarrollar la disciplina de la voluntad nos permite abstenernos de pensar o expresar pensamientos negativos acerca de otras personas y de nosotros mismos. No juzgando, logramos la sabiduría y vencemos nuestros temores.
Las elecciones negativas generan situaciones que se repiten para enseñarnos a hacer elecciones positivas. Una vez que aprendemos la lección y hacemos una elección positiva, la situación no vuelve a repetirse porque nuestro espíritu ya no está adherido a la elección negativa que fue causa de la lección. En las culturas occidentales, este tipo de lección kármica se reconoce en dichos sociales como «El que siembra, recoge» o «Nada se hace impunemente»
Cada vez que derrotamos a la autoridad que ejerce un miedo en nuestra vida y lo reemplazamos por un mayor sentido de nuestro poder personal, la dulce energía de la curación entra a raudales en nuestro sistema energético.
Si la mente y el corazón no se comunican con claridad entre sí, uno dominará al otro.

Cuando nos dirige la mente, sufrimos emocionalmente porque convertimos en enemiga la información emocional; queremos dominar todas las situaciones y relaciones, y mantener la autoridad sobre las emociones. Si nos dirige el corazón, tendemos a mantener la ilusión de que todo marcha bien. Dirija la mente o el corazón, la voluntad no estará motivada por la sensación de seguridad interior, sino por el miedo y el inútil objetivo de controlar. Este desequilibrio entre la cabeza y el corazón convierte a la persona en adicta. Desde el punto de vista energético, cualquier comportamiento motivado por el miedo al crecimiento interior equivale a una adicción.

ANATOMIA DEL ESPIRITU - La curación del cuerpo, llega a través del alma.
Caroline Myss

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