Al cabo de unas horas se despertaron las jóvenes. Al verse solas en la espesa selva, se asustaron mucho y empezaron a llamar a su padre. Pero éste se hallaba muy lejos y no hubiera podido oírlas, aunque sus voces hubieran tenido la fuerza del trueno.
Dio la casualidad de que los siete
hijos del Rajá del vecino país habían ido a cazar a aquella selva. Regresaban a
su palacio cuando el más joven de ellos dijo a sus hermanos:
- Me parece que alguien pide socorro.
¿No oís voces? Dirijámonos hacia donde suenan y veamos lo que ocurre.
Los príncipes partieron hacia el
lugar de donde salían las voces de las princesas y, al descubrirlas, su asombro
no tuvo límites. Pero aún fue mayor cuando se enteraron de su historia. De
mutuo acuerdo, decidieron que cada uno de ellos se casase con una de las siete
hermanas. Y así el primero tomó por esposa a la mayor de las princesas, el
segundo a la segunda, el tercero a la tercera, el cuarto a la cuarta, el quinto
a la quinta,
el sexto a la sexta, y el séptimo,
que era el más bello de todos, casóse con la bellísima Balna.
El pueblo del padre de los siete
príncipes se alegró mucho al ver a las hermosas princesas que los hijos de su
señor habían tomado por esposas y los festejos duraron días y días.
Al cabo de un año, la hermosa Balna
tuvo un hijo hermosísimo. Los príncipes y las seis princesas restantes quedaron
tan prendados de él que en vez de dos padres parecía tener catorce. Ninguno de
los otros matrimonios tuvo hijos y por ello todos decidieron que el niño sería
el heredero de la corona.
Durante varios años una gran
felicidad reinó en el palacio del rey, pero, un día, el marido de Balna salió a
cazar y no regresó.
Los seis hermanos partieron en su
busca y aunque transcurrió mucho tiempo, ninguno volvió a su hogar, sumando en honda
tristeza a las siete princesas que temían que sus esposos hubieran hallado la
muerte.