sábado, 11 de noviembre de 2017

“TODO CUANTO NECESITAS ESTÁ EN TI” - Fun Chang (13)

Los sabios, los que saben cómo ayudar a las personas a verse a sí mismas, no se dejan implicar por lo que ha sido. No les preocupa más que el momento presente. Pueden ver el porvenir y el pasado pero no se dejan llevar ni por uno, ni por otro. Apenas había terminado de pronunciar esas palabras, cuando en un abrir y cerrar de ojos, el Sabio desapareció.
El emperador se puso a caminar dando vueltas a la redonda, tenía miedo.
¿Qué hacer?
Abandonó el jardín, atravesó el palacio y se dirigió a la ciudad de Lo Yang.
Comenzó a sacar cadáveres de debajo de los escombros, a reunirlos, intentando identificarlos y pronto un hombre viejo achacoso se puso a ayudarle. Un niño vino a trabajar con ellos también. Poco a poco se formó un pequeño grupo que trabajaba en las ruinas de Lo Yang amontonando cuerpos, intentando identificarlos para posteriormente incinerarlos.
Una anciana se les unió, luego un robusto soldado desorientado por la pérdida de su familia y que tenía necesidad de hacer algo. Encontraron a una madre cariñosa para cuidar a los heridos más graves y trabajaron valientemente día tras día. Pronto se formaron otros grupos; paulatinamente fueron saneando la ciudad...
Los días se convirtieron en semanas y ellos no desfallecían.
Doscientas o trescientas personas comenzaban, llenas de fuerza y de coraje, a restablecer una vibración en ese lugar.
Un día, un soldado reconoció al emperador y se lo comunicó a los demás.
Fue la esperanza; todos albergaron el sentimiento de que todo era posible porque el emperador estaba allí, trabajando, comiendo lo mismo y conviviendo con ellos.
Dos semanas más tarde, oyeron ruido en la colina y divisaron un gran ejército que se acercaba. El emperador avanzó lentamente a su encuentro, su figura estaba sucia, sus ropas desgarradas; detrás de él caminaba un pequeño grupo de supervivientes de Lo Yang.
El general jefe del ejército se bajó del caballo y se dirigió al emperador: -
¿Qué ha ocurrido aquí?
No hemos tenido noticias de Lo Yang desde hace mucho tiempo y creíamos que la ciudad había sido presa de los invasores. Hemos sentido el temblor de tierra, pero no sabíamos con exactitud el lugar en el que se había producido. El general contempló la ciudad y el palacio destruido.
Luego preguntó al anciano que se encontraba ante él: -¿Eres tú el jefe? El emperador sonrió y respondió:
-No, trabajamos todos juntos. Pero detrás de él alguien se levantó y dijo al general:
-Este hombre es tu emperador. El general miró con detenimiento al anciano y lo reconoció por la cicatriz que él mismo le había hecho por encima del ojo cuando era niño y se batía con el joven emperador.
El general se hincó de rodillas, pero el emperador le dijo:
-Levántate, despójate de tu armadura y ven con tu ejército a ayudarnos a reconstruir Lo Yang.
Entraron en la ciudad y el emperador les enseñó a utilizar todos los instrumentos disponibles.
Él hacía frente a cada situación empleando los elementos que estaban a su alcance.
Si se presentaba un problema, si alguien le decía: "¡No podemos hacer eso!", el emperador no sentía pánico; sino que decía: -Vamos a verlo. Y por el camino le venía la idea, se formaba el pensamiento de forma que, cuando llegaba al lugar, ya había encontrado la respuesta a tal problema.
Los meses pasaban y Lo Yang recobraba la vida; el emperador vivía en una pequeña casa construida en su jardín. Había recogido todo el mármol y el granito del antiguo palacio para reconstruir la ciudad.
Así, un comerciante había construido su casa con mármol del dormitorio imperial, un tintorero trabajaba en una habitación hecha con las piedras de la gran sala de palacio y un inválido tenía el trono como silla.
El emperador, de pie en medio de su jardín, miraba Lo Yang. No era muy impresionante, pero la vida estaba presente y comprendió que había empleado bien cada momento.
Mas, entonces comenzó a hacerse preguntas:
-¿Qué habría pasado si yo hubiera perecido?
¿Quién habría hecho todo eso?
En ese momento se sintió empujado por detrás y cayó al agua del riachuelo.
Se dio la vuelta sonriendo y vio al viejo Sabio.
¡Piensas otra vez emperador! No es pensando como comprenderás de dónde vienes, ni a dónde vas. Pensar es un instrumento, es como aprender a caminar, como saborear tu primera comida; no es más que un instrumento, un primer paso, una primera prueba.
Aprende que es un paso importante, que debes aprender a pensar... y que debes saber también a dejar de pensar, pues no ayudarás a tu pueblo ni te comprenderás a ti mismo con elucubraciones!
El emperador sonrió al viejo Sabio: -¿He hecho bien lo que tenía que hacer?, preguntó.
-¿Qué has hecho? Respondió el Sabio; a lo que el emperador contestó: -
Mira Lo Yang, la ciudad resucita, he dado todas las piedras de mi palacio para reconstruirla.
-¿No era eso lo que tenías que hacer?, dijo el Sabio.
-¿Era eso lo que se supone que debía hacer?, preguntó el emperador. -¿Lo has hecho, sí o no?, dijo el Sabio. –Sí, le contestó.
–Es, pues, lo que tenías que hacer, lo que formaba parte de tu ser verdadero. ¿Por qué me haces esa pregunta?
–Porque me siento solo, confesó el emperador... -¿Porqué? –Necesitaría a alguien con quien hablar, dijo el emperador.
-¡Habla con las gentes que te ayudan!, conminó el Sabio.
Es que me tienen miedo, repuso el emperador.
-¿Por qué?
¿Por qué te retiras a tu jardín? ¿Porque eres emperador?
–No lo sé, dijo el emperador. Vayamos pues a Lo Yang, propuso el sabio.
Salieron del jardín y entraron en las calles de la ciudad.
El soldado que lo había ayudado, los acogió con amabilidad, también lo hizo el tintorero, todos les sonreían saludándolos cordialmente.
El emperador vio al niño que había querido hacer salir de las ruinas y éste le devolvió una sonrisa feliz.
Al caminar por las calles de Lo Yang, podía percibir el calor de las gentes a su alrededor y se sentía bien.
El Sabio le dijo: ellos no tienen miedo de ti, te respetan.
Hay una diferencia sutil entre el miedo y el respeto.

Estas personas te respetan por lo que eres; antes te temían, pero ahora te respetan. Utiliza ese respeto; no te retires a tu jardín, a tu monasterio en la montaña, o a un lugar oculto en el que no puedan verte.

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