Los
sabios, los que saben cómo ayudar a las personas a verse a sí mismas, no se
dejan implicar por lo que ha sido. No les preocupa más que el momento presente.
Pueden ver el porvenir y el pasado pero no se dejan
llevar ni por uno, ni por otro. Apenas había terminado de
pronunciar esas palabras, cuando en
un abrir y cerrar de ojos, el Sabio desapareció.
El
emperador se puso a caminar dando vueltas a la redonda, tenía miedo.
¿Qué
hacer?
Abandonó
el jardín, atravesó el palacio y se dirigió a la ciudad de Lo Yang.
Comenzó
a sacar cadáveres de debajo de los escombros, a reunirlos, intentando
identificarlos y pronto un hombre viejo achacoso se puso a ayudarle. Un niño
vino a trabajar con ellos también. Poco a poco se formó un pequeño grupo que
trabajaba en las ruinas de Lo Yang amontonando cuerpos, intentando
identificarlos para posteriormente incinerarlos.
Una
anciana se les unió, luego un robusto soldado desorientado por la pérdida de su
familia y que tenía necesidad de hacer algo. Encontraron a una madre cariñosa
para cuidar a los heridos más graves y trabajaron valientemente día tras día.
Pronto se formaron otros grupos; paulatinamente fueron saneando la ciudad...
Los
días se convirtieron en semanas y ellos no desfallecían.
Doscientas
o trescientas personas comenzaban, llenas de fuerza y de coraje, a restablecer
una vibración en ese lugar.
Un
día, un soldado reconoció al emperador y se lo comunicó a los demás.
Fue
la esperanza; todos albergaron el sentimiento de que todo era posible porque el
emperador estaba allí, trabajando, comiendo lo mismo y conviviendo con ellos.
Dos
semanas más tarde, oyeron ruido en la colina y divisaron un gran ejército que
se acercaba. El emperador avanzó lentamente a su encuentro, su figura estaba
sucia, sus ropas desgarradas; detrás de él caminaba un pequeño grupo de
supervivientes de Lo Yang.
El
general jefe del ejército se bajó del caballo y se dirigió al emperador: -
¿Qué
ha ocurrido aquí?
No
hemos tenido noticias de Lo Yang desde hace mucho tiempo y creíamos que la
ciudad había sido presa de los invasores. Hemos sentido el temblor de tierra,
pero no sabíamos con exactitud el lugar en el que se había producido. El
general contempló la ciudad y el palacio destruido.
Luego
preguntó al anciano que se encontraba ante él: -¿Eres tú el jefe? El emperador
sonrió y respondió:
-No,
trabajamos todos juntos. Pero detrás de él alguien se levantó y dijo al
general:
-Este
hombre es tu emperador. El general miró con detenimiento al anciano y lo
reconoció por la cicatriz que él mismo le había hecho por encima del ojo cuando
era niño y se batía con el joven emperador.
El
general se hincó de rodillas, pero el emperador le dijo:
-Levántate,
despójate de tu armadura y ven con tu ejército a ayudarnos a reconstruir Lo
Yang.
Entraron
en la ciudad y el emperador les enseñó a utilizar todos los instrumentos
disponibles.
Él
hacía frente a cada situación empleando los elementos que estaban a su alcance.
Si
se presentaba un problema, si alguien le decía: "¡No podemos hacer
eso!", el emperador no sentía pánico; sino que decía: -Vamos a verlo. Y
por el camino le venía la idea, se formaba el pensamiento de forma que, cuando llegaba
al lugar, ya había encontrado la respuesta a tal problema.
Los
meses pasaban y Lo Yang recobraba la vida; el emperador vivía en una pequeña
casa construida en su jardín. Había recogido todo el mármol y el granito del
antiguo palacio para reconstruir la ciudad.
Así,
un comerciante había construido su casa con mármol del dormitorio imperial, un
tintorero trabajaba en una habitación hecha con las piedras de la gran sala de
palacio y un inválido tenía el trono como silla.
El
emperador, de pie en medio de su jardín, miraba Lo Yang. No era muy impresionante,
pero la vida estaba presente y comprendió que había empleado bien cada momento.
Mas,
entonces comenzó a hacerse preguntas:
-¿Qué
habría pasado si yo hubiera perecido?
¿Quién
habría hecho todo eso?
En
ese momento se sintió empujado por detrás y cayó al agua del riachuelo.
Se
dio la vuelta sonriendo y vio al viejo Sabio.
¡Piensas
otra vez emperador! No es pensando como comprenderás de dónde vienes, ni a
dónde vas. Pensar es un instrumento, es como aprender a caminar, como saborear
tu primera comida; no es más que un instrumento, un primer paso, una primera
prueba.
Aprende
que es un paso importante, que debes aprender a pensar... y que debes saber
también a dejar de pensar, pues no ayudarás a tu pueblo ni te comprenderás a ti
mismo con elucubraciones!
El
emperador sonrió al viejo Sabio: -¿He hecho bien lo que tenía que hacer?,
preguntó.
-¿Qué
has hecho? Respondió el Sabio; a lo que el emperador contestó: -
Mira
Lo Yang, la ciudad resucita, he dado todas las piedras de mi palacio para
reconstruirla.
-¿No
era eso lo que tenías que hacer?, dijo el Sabio.
-¿Era
eso lo que se supone que debía hacer?, preguntó el emperador. -¿Lo has hecho,
sí o no?, dijo el Sabio. –Sí, le contestó.
–Es,
pues, lo que tenías que hacer, lo que formaba parte de tu ser verdadero. ¿Por
qué me haces esa pregunta?
–Porque
me siento solo, confesó el emperador... -¿Porqué? –Necesitaría a alguien con
quien hablar, dijo el emperador.
-¡Habla
con las gentes que te ayudan!, conminó el Sabio.
Es
que me tienen miedo, repuso el emperador.
-¿Por
qué?
¿Por
qué te retiras a tu jardín? ¿Porque eres emperador?
–No
lo sé, dijo el emperador. Vayamos pues a Lo Yang, propuso el sabio.
Salieron
del jardín y entraron en las calles de la ciudad.
El
soldado que lo había ayudado, los acogió con amabilidad, también lo hizo el
tintorero, todos les sonreían saludándolos cordialmente.
El
emperador vio al niño que había querido hacer salir de las ruinas y éste le
devolvió una sonrisa feliz.
Al
caminar por las calles de Lo Yang, podía percibir el calor de las gentes a su
alrededor y se sentía bien.
El
Sabio le dijo: ellos no tienen miedo de ti, te respetan.
Hay
una diferencia sutil entre el miedo y el respeto.
Estas
personas te respetan por lo que eres; antes te temían, pero ahora te respetan.
Utiliza ese respeto; no te retires a tu jardín, a tu monasterio en la montaña,
o a un lugar oculto en el que no puedan verte.
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