Un día, un sufí volvió a su casa de improviso. Ahora bien, su
mujer recibía a un extranjero, procurando incitarlo. El sufí llamó a la puerta.
No era su costumbre abandonar la tienda y regresar tan pronto a la casa, pero,
dominado por un presentimiento, había decidido regresar ese día por sorpresa.
La mujer por su parte estaba muy segura de que su marido no volvería tan pronto.
Dios pone un velo sobre tus pecados para que un día te avergüences de ellos.
Pero ¿quién puede decir hasta cuándo dura este privilegio? En la morada del
sufí no había escondrijo alguno ni otra salida que la puerta principal. Ni
siquiera había una manta bajo la cual habría podido ocultarse el extranjero.
Como último recurso, la mujer vistió al extranjero con un velo para disfrazarlo
de mujer. Después abrió la puerta. El extranjero con su disfraz parecía un camello
en una escalera. El sufí preguntó a su mujer:
"¿Quién es esta persona con la cara velada?"
La mujer respondió:
"Es una mujer conocida en la ciudad por su piedad y su
riqueza."
"¿Hay algún favor que podamos hacerle?" - preguntó el
sufí.
La mujer dijo:
"Quiere emparentar con nosotros. Tiene un carácter noble y
puro. Venía a ver a nuestra hija, que, desgraciadamente, está en la escuela.
Pero esta señora me lo ha dicho: "¡Sea o no hermosa, quiero tenerla como
nuera!" pues tiene un
hijo incomparable por su belleza, su inteligencia y su
carácter."
El sufí dijo entonces:
"Somos gente pobre y esta mujer es rica. Semejante
matrimonio sería como una puerta hecha mitad de madera y mitad de marfil. Ahora
bien, un vestido hecho a medias de seda y de paño avergüenza a quien lo
lleva."
"Es justamente lo que acabo de explicarle -dijo la mujer-
pero me ha respondido que no le interesan los bienes ni la nobleza. No
ambiciona acumular bienes en este bajo mundo. ¡Todo lo que desea es tratar con
gente honrada!"
El sufí invocó otros argumentos, pero su mujer afirmó haberlos
expuesto ya
a su visitante. A creerla, aquella señora no tomaba en cuenta su
pobreza, aunque ésta fuese extremada. Finalmente, dijo a su marido:
"Lo que busca en nosotros es la honradez."
El sufí añadió:
"¿No ve nuestra casa, tan pequeña que no podría esconderse
en ella ni una
aguja? En cuanto a nuestra dignidad y nuestra honradez, es
imposible ocultarlas pues todo el mundo está al corriente. ¡Tiene, pues, que
suponer que nuestra hija no tiene dote!"
Te cuento esta historia para que dejes de argumentar. Pues
nosotros conocemos tus vergonzosas actividades. Tu creencia y tu fe se parecen,
hasta
confundir a cualquiera, a los discursos de esta mujer. Eres un
mentiroso y un
traidor como la mujer de este sufí. Te avergüenzas incluso ante
gente que no
tiene rostro limpio. ¿Por qué no habrías de avergonzarte, por una
vez, ante Dios?
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