El joven, dando las gracias por el consejo, siguió su camino hacia el palacio del mago. Cuando estuvo ante la puerta del edificio se puso a jugar con el loro. Punchkin le vio desde una ventana y bajó enseguida a su encuentro.
- Muchacho -le dijo- ¿de dónde has
sacado ese pájaro tan hermoso? Te pido por favor que me lo regales.
- De ninguna manera -replicó el príncipe.
- Se trata de un amuleto. Lo he tenido en mi poder durante largos años y me ha
traído mucha suerte.
- Si es así dime el precio que pides
por él.
- No deseo venderlo.
- Puedes pedir cuánto dinero quieras.
Por mucho que sea lo tendrás. Y si deseas otra cosa pídela también.
- Perfectamente -sonrió el príncipe.
- Sólo quiero que devuelvas a su primitiva forma a los hombres y mujeres que
convertiste en rocas y árboles.
El mago murmuró unas palabras, al
mismo tiempo que movía la mano derecha. Al momento los árboles transformáronse
en elegantes damas y caballeros.
- Dame el loro -suplicó Punchkin
cuando hubo cumplido su promesa.
- Enseguida -replicó el joven- pero
antes quiero tomar una precaución, pues serías muy capaz de convertir de nuevo
en objetos sin vida a las personas que acaban de resucitar.
Y antes de que el mago tuviera tiempo
de impedirlo, el príncipe cortó las uñas de la pata derecha del loro.
Punchkin rodó por el suelo sin
sentido, tan fuerte fue la conmoción por él recibida al quedar privado de su
poder mágico. Antes de que volviera en sí, la caravana de los miles de
príncipes y caballeros, con Balna y su marido a la cabeza, estaban ya lejos del
valle, en el cual sólo quedaba el palacio del
antiguo mago.