Guárdate
muy bien de juzgar como de un interés capital todo aquello que pueda obligarte
algún día a violar la fe jurada, a carecer de pudor, a odiar a alguien, a pensar
mal o maldecirle, a obrar con disimulo o a desear alguna cosa que solo pueda hacerse
detrás de una pared o a través de un tupido velo. El hombre que, ante todo, se ocupa
de su alma, de ese genio divino que le ilumina y al cual rinde el justo
homenaje debido a su poder, no será seguramente un papel ridículo ni lanzará
estériles exclamaciones.
Que
se encuentra en el más completo aislamiento o rodeado de una corte numerosa,
¿qué puede importarle? Y dichosamente vivirá sin buscar ávidamente nada, pero
también sin huir de las cosas. ¿Permanecerá, acaso, su alma corto o largo
tiempo en la envoltura carnal? Esta pregunta apenas si le interesa. ¿Que es
preciso dejarla al instante?
Pues partirá tan libre y tranquilo cual si se tratase de cumplir otra función cualquiera
que pudiera llevarse a cabo con decencia y dignidad. La única cosa por la cual
velará muy especialmente en el transcurso de su vida será por impedir que su
alma se aparte de los deberes de un ser dotado de razón y nacido para vivir en
sociedad.