En
el espíritu del hombre que ha sabido corregirse y purificarse rigurosamente no
encontrarás nunca ninguna huella de corrupción, la menor tacha ni la más leve cicatriz.
No se verá jamás sorprendido por la muerte antes de haber terminado por completo
su vida, como el actor que no abandona la escena antes de acabar su papel y dar
fin a la tragedia. Tampoco verás en él ni bajeza, ni afectación, ni violencia,
ni despropósito, ni sujeción alguna, ni incomprensibles misterios.
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