Érase una vez un abuelito y una abuelita. El
abuelito se ganaba la vida haciendo sombreros de paja. Los dos vivían
pobremente, y un año al llegar la noche vieja no tenían dinero para comprar las
pelotitas de arroz con que se celebra el Año Nuevo. Entonces, el abuelito
decidió ir al pueblo y vender
unos sombreros de paja. Cogió cinco, se los puso
sobre la espalda, y empezó a caminar al pueblo.
El pueblo caía bastante lejos de su casita, y el
abuelito se llevó todo el día cruzando campos hasta que por fin llegó. Ya allí,
se puso a pregonar:
" ¡Sombreros de paja, bonitos sombreros de
paja!
¿Quién quiere sombreros?"
Y mira que había bastante gente de compras, para
pescado, para vino y para las pelotitas de arroz, pero, como no se sale de casa
el día de Año Nuevo, pues, a nadie le hacía falta un sombrero. Se acabó el día
y el pobrecito no vendió ni un solo sombrero. Empezó a volver a casa, sin las
pelotitas de arroz.
Al salir del pueblo, comenzó a nevar. El abuelito se
sentía muy cansado y frío al cruzar por los campos cubiertos ahora de nieve. De
repente se fijó en unos Jizos, estatuas de piedra representando unos dioses japoneses.
Había seis Jizos, con las cabezas cubiertas de nieve y las caras colgadas de
carámbanos.
El viejecito tenía buen corazón y pensó que los
pobrecitos Jizos debían tener frío. Les quitó la nieve, y uno tras uno les puso
los sombreros de paja que no pudo vender, diciendo: " Son solamente de paja,
pero, por favor, acéptenlos...:
Pero solo tenía cinco sombreros, y los Jizos eran
seis. Al faltarle un sombrero, al último Jizo el viejecito le dio su propio
sombrero, diciendo:
"Discúlpeme, por favor, por darle un sombrero
tan viejo." Y cuando acabó, siguió por entre la nieve hacia su casa.
El abuelito llegaba cubierto de nieve. Cuando la
abuelita le vio así, sin sombrero ni nada, le pregunto que qué pasó. Él le
explicó lo que ocurrió ese día, que no pudo vender los sombreros, que se sintió
muy triste al ver esos Jizos cubiertos de nieve, y que como eran seis tuvo que
usar su
propio sombrero.
Al oír esto, la abuelita se alegró de tener un
marido tan cariñoso:
"Hiciste bien. Aunque seamos pobres, tenemos
una casita caliente y ellos no." Abuelito, como tenía frío, se sentó al
lado del fuego mientras abuelita preparó la cena. No tenían bolitas de arroz,
ya que abuelito no pudo vender los sombreros de paja, y en vez comieron
solamente arroz y unos vegetales en vinagre y se fueron a cama tempranito.
A la media noche, el abuelito y la abuelita fueron
despiertos por el sonido de alguien cantando. A lo primero, las voces sonaban lejos,
pero iban acercándose a la casa y cantaban:
"¡Abuelito dio sus sombreros
A los Jizostodos enteros
Alijeros, a su casa, alijeros!"
El abuelito y la abuelita estaban sorprendidos, aún
más cuando oyeron un gran ruido, "¡Bum!" Corrieron para ver lo que
era, y vaya sorpresa les dio al abrir la puerta.
Paquetes y paquetes montados uno sobre otro, y
llenos de arroz, vino, pelotitas de arroz, decoraciones para el Nuevo Año,
mantas y quimonos
bien calientes, y muchas otras cosas. Al buscar
quien les había traído todo esto, vieron a los seis Jizos, alejándose con los
sombreros de abuelito puestos. Los Jizos, en reconocimiento de la bondad del
abuelito, les habían traído estos regalos para que los abuelitos tuvieran un
prospero
Nuevo Año.