La princesa abrió los ojos. No sabía cuánto tiempo hacía que estaba en ese lugar, había neblina y silencio.Pudo reconocer frente a ella una imagen conocida: era ella misma acostada boca arriba con los ojos cerrados, a unos metros se encontraba el príncipe que en un tiempo fue su príncipe azul, pero ahora era gris. Estaba sentado dándole la espalda con la mirada perdida y sumida en la tristeza.
Hacía tanto tiempo que estaban inmóviles en esa posición que había polvo y telarañas por todos lados. La princesa comenzó a caminar entre la escena como si mirara las estatuas de un panteón. La imagen le resultaba conocida, como si se hubiera repetido una y otra vez en su cabeza, mezclada con gritos, insultos, reclamos, llantos, desesperación, angustia, amor… ¿amor? Sí, en algún lugar hubo amor, pensó la princesa.
Después de mirar y mirar y mirar, lo comprendió todo: había vivido sumida en un hechizo, un hechizo realizado por sus ancestros, un hechizo que podría continuar hasta el fin de los tiempos a menos que ella hiciera algo.
Intentó decir algo pero de su garganta no salió sonido alguno, se sintió desesperada, pero luego de respirar pensó ¡Necesito recuperarme!. Caminó hacia la imagen inerte de sí misma, miró cómo había estado sumida en un profundo sueño, entonces con la voz del corazón se dijo: lo lamento, te abandoné, me olvidé de ti y te dejé perdida en un hechizo. Hoy te vuelvo a mirar, te recupero, me recupero a mí misma y me doy lo que necesito: amor.
La princesa que había en la imagen abrió los ojos, su piel azulada y fría comenzó a tomar color, a llenarse de calor, se miró a sí misma y una sonrisa se dibujó en su rostro. Dijo: hace tiempo, cuando nos hechizaron, solo éramos una princesa. Ya crecimos, ahora somos una reina, y las reinas se hacen cargo de sí mismas y de su reino. Al escuchar esto, la imagen de la princesa se puso de pie y corrió a abrazarla, a abrazarse a sí misma.
Caminaron juntas tomadas de la mano y mirando al príncipe azul que ahora era gris, le dijeron: lo lamento, no puedo hacer nada por ti. Tú tienes tu destino y tu historia, y yo tengo el mío. Lo mejor que puedo hacer por ti es cuidarme a mí misma y darme un amor que, si estás dispuesto, puedo compartirte mas no entregarte, pues me entregaría a mí misma y eso es imposible. Ya no puedo volver a hacerlo, el hechizo está roto. Si tú quieres cuidarte y amarte a ti mismo, reconociendo el rey que ahora eres, tal vez podamos iniciar una nueva historia, una historia donde cada quien se hace responsable de sí mismo y libera al otro del hechizo del sueño. Dicho esto, el príncipe tomó color, se levantó y mirando a la reina le dijo ¡Gracias por liberarnos!