La envidia es una emoción experimentada por aquel que
desea intensamente algo poseído por otro. La base de la envidia es el afán de
poseer y no el deseo de privar de algo al otro, aunque si el objeto en cuestión
es el único disponible la privación del otro es una consecuencia necesaria.
Es tan antigua como lo es la humanidad y forma parte de
nuestra propia historia; ha sido la protagonista de grandes historias y mitos,
y es uno de los siete pecados capitales. Ésta se define como tristeza o pesar
del bien ajeno, en la cual suelen mezclarse emociones que pueden llegar a ser
contradictorias, como el deseo de tener lo que otro tiene y, al mismo tiempo,
la admiración por lo que otro ha conseguido.
El origen
Ahora, la envidia se produce como consecuencia de dos
tendencias que llevan al individuo a desear lo que no tiene y a compararse con
los demás.
Esta emoción se desarrolla durante el primer año de
vida y es una respuesta natural a la dependencia e indefensión totales del bebé
respecto de la madre, ya que ésta acude a satisfacer todas sus necesidades. El
niño siente el pecho materno, hacia el cual están dirigidos sus deseos,
instintivamente, no sólo como una fuente de nutrición sino como la fuente de la
vida misma.
Pero, inevitablemente, en la primera relación del bebé
con la madre se presenta un elemento de frustración, ya que aún en el caso de
que se sienta satisfactoriamente alimentado y cuidado, esto de ninguna manera
reemplaza la unidad prenatal con la madre; es decir, el proceso del embarazo en
el cual el bebé tiene cubiertas todas sus necesidades; por lo tanto, la
frustración e indefensión que el bebé experimenta son las raíces de la envidia.
El bebé envidia a su madre por el poder que ella tiene de alimentarlo o
privarlo del alimento, de satisfacerlo o frustrarlo.
Primero mamá, luego el mundo
Ese primer vínculo con la madre contiene los elementos fundamentales de la
futura relación del bebé con el mundo. Si el vínculo es amoroso y
satisfactorio, el bebé desarrollará un sentido básico de seguridad y confianza
hacia la gente, pero si el vínculo no es ni amoroso ni satisfactorio, se
desarrollarán síntomas de inseguridad y de envidia. Es por ello que cada vez
que un adulto siente envidia las “heridas” de la primera infancia se reabren
con todo su poder destructivo.
Hay que tener en cuenta que por más que hayamos tenido una madre que tratara de
satisfacer nuestras necesidades, esto pudo no ser así en todo momento, lo cual
puede resultar una moneda de dos caras, ya que, por un lado, genera frustración
y enojo en el momento en que se siente insatisfecho pero, al mismo tiempo,
según el manejo que se le dé a esta situación, nos permite obtener tolerancia a
la frustración la cual es sumamente necesaria en la vida cotidiana.
¿Envidioso yo?
Por lo tanto, todos sentimos envidia, pero al ser un
sentimiento que se llega a considerar negativo, la mayoría tratamos de negarla
o maquillarla porque justamente lo que envidiamos señala nuestras debilidades,
fracasos y puntos ciegos. Si reconociéramos que alguna persona nos cae mal
porque tiene cosas y/o cualidades que nosotros no tenemos, estaríamos dejando
al descubierto nuestros vacíos.
Al tratar de maquillar este sentimiento, la mayoría
dice “te tengo envidia, pero de la buena”; pero, en realidad, no existe envidia
de la buena y de la mala. Muchos otros la confunden con los celos, por ejemplo,
si buscamos ser ascendidos en el trabajo y dicho ascenso lo consigue un amigo,
la mayoría tiende a decir “me da gusto que tú lo hayas conseguido, pero me
siento celoso”; aunque él sea nuestro amigo y sintamos cariño por esa persona
lo que en realidad estamos sintiendo es envidia porque nosotros no lo
conseguimos.
Tendemos a valorar en los demás aquello que a nosotros
nos falta, pero casi nunca nos ponemos a pensar en todo lo que sí tenemos y lo
que sí hemos logrado. No se trata de ser conformistas y abandonar cualquier
deseo o ambición que nos hayamos planteado sino de realizar una valoración
sobre quiénes somos y lo que aspiramos a ser.
Esto no se debe hacer en base a comparaciones con los
demás, ya que siempre existe alguien que se puede encontrar mejor o peor
posicionado que nosotros en cierta área, lo debemos hacer, partiendo de
nosotros mismos, de nuestras percepciones, sentimientos y perspectivas de
futuro.
Compararnos con quienes admiramos o envidiamos puede
ser un estímulo positivo siempre y cuando a través del éxito ajeno saquemos
conclusiones adaptables a nuestra forma de ser, nuestras capacidades y nuestras
circunstancias personales.
Debemos aceptar la envidia como un sentimiento más, y
al igual que cualquier otro que no sepamos “manejar”, puede llegar a perjudicar
nuestro equilibrio emocional y bienestar, es por ello que el conocernos mejor a
nosotros mismos, potenciar y trabajar nuestras cualidades y capacidades y el
ser consciente de nuestras limitaciones es el mejor inicio para mejorar.
Artículo escrito por la psicoanalista Miriam López Mejía, miembro de la
Sociedad Psicoanalítica de México
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar y hacer más grande esta página.