Incluso, podemos hacernos adictos a las enseñanzas
espirituales, a la meditación, a los gurús, a los retiros, a libros, a los
satsangs. Pero la raíz de toda adicción es la misma – nuestra adicción hacia
nosotros mismos. Nuestra adicción a mantener y a nutrir “mi” historia. Y
subyacente a esto, nuestra adicción a salir de este momento, a escapar de las
molestias buscando alguna clase de liberación. Nuestra adicción hacia el
momento siguiente…
Recuerdo que de pequeño regresaba de la escuela
sintiéndome a veces solo, triste e incomprendido, probablemente después de
haber sido intimidado por mis compañeros o después de que se burlaban de mí en
el autobús de la escuela. Llegaba directamente al refrigerador o a la despensa
y, cuando nadie me observaba, me devoraba cualquier bocadillo que pudiera
encontrar. La comida hacía que mi tristeza se fuera, o así parecía. Por unos
pocos y preciosos instantes me sentía reconfortado, satisfecho, lleno – ya no
había ese vacío en mí ni me sentía incompleto. Aparentemente la comida hacía
que mi “hambre” desapareciera. Había llenado el vacío. Y mi estómago…
En realidad, no quería comida, por supuesto, sino amor
y aceptación. Comía para que el dolor de vivir desapareciera. Incluso a esa
temprana edad, ¡comía para vivir! Pero, por supuesto, no tenía forma de
articular esto en ese momento. ¡Simplemente me sentía hambriento! sólo tenía la
urgencia de comer. No era realmente comida lo que yo quería – era amor, y vida.
Tenía deseos de sentirme vivo. Estaba intentando y fallando al comerme la vida.
Estaba tratando de comerme a mí mismo.
Ésta era un hambre cósmica, un anhelo muy profundo de
ser tomado en cuenta, de ser incluido, de ser visto, de ser validado. Y si los
otros no podían hacerlo, tal vez los chocolates sí. Todo eso era una expresión
de una profunda hambre por la vida, hambre de recordar lo que yo era realmente
– ese vasto océano de consciencia en donde las olas de pensamiento, sensaciones
y sentimientos tienen absoluta libertad para surgir y desaparecer. Yo estaba
ignorando mi verdadera adicción – con el deseo de recordar lo que yo era me
estaba volviendo falsamente adicto a algo. Me tomó años y años darme cuenta de
esto y empezar a enfrentar mi dolor en lugar de huir de él, a recordar en lugar
de olvidarme de mí mismo, a descubrir que eso que realmente soy, jamás podría
ser adicto a nada.
Más tarde, mis adicciones cambiaron hacia otros
objetos y hacia otras personas y después, finalmente, todo este asunto se
proyectó hacia mi búsqueda por la iluminación. La iluminación se convirtió en
el objeto de adicción final. Vivía y respiraba enseñanzas espirituales hasta
que empezaron a generar efectos secundarios. Pero no estuve satisfecho hasta
que todo ese ciclo se rompió, justo en donde había comenzado.
Como individuos, todos somos adictos, en el sentido en
que huimos del momento presente en cierto grado. Todos evitamos pensamientos y
sentimientos, tratamos de no sentirlos, los ignoramos, nos distraemos de ellos,
nos medicamos o meditamos o nos vamos de compras. Por un instante, pareciera
como si la comida, el alcohol, el sexo, el gurú, la droga, la fama, tuvieran el
“poder” de eliminar la tristeza, el dolor; el sentimiento de soledad, de
vulnerabilidad y de aislamiento, y por último, la muerte misma.
Pareciera como si la persona, el objeto o la sustancia
tuviera el poder de “arreglar” la vida. Pero, por supuesto, pronto el “efecto”
desaparece, el “subidón” desaparece y luego viene una especie de bajón, una
especie de culpa y todas esas olas rechazadas y no deseadas regresan, algunas
con mayor intensidad, y estamos de vuelta en esa fuerte identificación. Y
después se nos antoja todo de vuelta. Posteriormente sentimos una mayor
necesidad de la persona o de la sustancia. Y el ciclo continúa. ¿Qué es lo que
rompe el ciclo?
RECONOCER NUESTRO MALESTAR EN LUGAR DE HUIR DE ÉL,
aunque suene muy descabellado. Ahí es en donde el ciclo puede empezar a
romperse. Entrar en comunión con esas olas antes rechazadas y darnos cuenta que
todas ellas tienen un hogar en nosotros – la tristeza, la soledad, el miedo, la
vulnerabilidad. Como el océano de la consciencia, somos lo suficientemente
vastos para aceptar cada una de ellas.
Tienen permiso para llegar a nosotros, pero no pueden
definirnos. Y así, enfrentar nuestros impulsos en lugar de evitarlos,
encontrando una forma de estar con nosotros mismos en el ahora sin tener que
movernos hacia un “futuro”. Así es como el mecanismo de la adicción puede
empezar a disolverse.
Normalmente cuando surge algún impulso o urgencia, o
tratamos de ignorarlo, tratamos de no sentirlo, o bien, actuamos sobre él.
Solemos juzgar el impulso como malo o erróneo o incluso “enfermo”. Sin embargo,
hay un punto medio – el encuentro del que yo hablo, esta profunda aceptación,
este “estar con”, sin una agenda. Encarar el impulso o la urgencia hace que
ésta desaparezca y se rinda sin tiempo, y además, sin daño. Sentarse con la
urgencia, dejando que se queme, permitiendo que esté allí con toda su
intensidad, y después observar cómo todos esos pensamiento e imágenes surgen –
ya sabes, la imagen de un delicioso pastel de chocolate, de una cerveza; esa
película del pensamiento en donde te ves felizmente comiendo o bebiendo, de cuando
tus problemas han desaparecido, esas películas de una liberación y una
salvación inminente, de amor, de paz – y permitiéndoles estar ahí también. Y
estar ahí con todas las sensaciones que surgen, incluso las incómodas.
Y después también permitir la ira – con esa extraña
superstición primaria de que si permitimos que la urgencia permanezca ahí
terminaremos “actuando en consecuencia”, o que nos quedaremos “atascados” y
nunca saldremos de ello, o que simplemente nos vencerá. Todos los juicios
rondando. Sintiendo que necesitamos de inmediato “hacer algo” sobre esa
urgencia. Y, después de todo esto, recordarte como ese amplio espacio abierto,
el vasto océano de la vida en donde todas las olas ya han sido aceptadas. Y
saber, después, que ninguna cantidad de alcohol, sexo, drogas, chocolate,
palabras, imágenes o sentimientos puede generarte una profunda aceptación en
este momento – porque eso es lo que tú ya eres y lo que siempre has sido.
Aquello que tanto deseas, en un nivel más profundo, ya está aquí. Tú ya
eres eso que buscas, como todas las enseñanzas espirituales a través de los
años nos han estado recordando.
Lo único que estamos haciendo es buscarnos a nosotros
mismos, en millones de formas diferentes, y el chocolate o el alcohol o los
casinos nunca han tenido el “poder” de llevarnos de vuelta a casa, nunca.
Nuestros gurús nunca han tenido el poder que nosotros proyectamos en ellos.
Perdemos la fe en los gurús del cigarro y del alcohol,
y regresamos a nosotros, confiando profundamente en nuestra propia experiencia
una vez más, en una forma en que nunca pudimos hacer cuando éramos pequeños.
La adicción se deshace desde dentro. Ya que lo que
somos está naturalmente en paz, naturalmente no-adicto, naturalmente completo,
sin la necesidad de gente externa u objetos que lo complementen. Es aquí donde
el círculo de la adicción – que es el ciclo del ser – puede ser roto, justo
donde empezó. Esta es la exploración que toda adicción e indudablemente todo
sufrimiento nos invita a hacer, independientemente de que nos veamos a nosotros
mismos como “adictos” o no.
Jeff Foster
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