Sumido
en el sueño de la separación, eres un individuo con decisión y libre albedrío.
Sumido en el sueño, pareces haber decidido leer este libro. Decides ir a la librería
o pedírselo a un amigo y luego decides cogerlo, sentarte y empezar a leer.
Sumido
en el sueño, pareces decidir sentarte en la silla de un determinado modo, desplazar
los ojos por las páginas y creerme o no. Pareces decidir aburrirte, interesarte
o disfrutar con las palabras. ¡Son muchas, pues, las decisiones que, en el sueño,
pareces estar tomando!
Sumido
en el sueño, decides el camino que te ha traído hasta aquí.
Sumido
en el sueño, te reconoces como el que ha posibilitado todo esto.
Sumido
en el sueño, te reconoces como el autor de todo esto.
Sumido
en el sueño, pareces ser el creador.
Con
la desaparición, no obstante, de toda esa historia de la decisión, con la desaparición
de la historia según la cual, en el centro de tu vida, eres una persona separada
y sólida, de la historia de que tú lo has hecho todo y has creado todo esto, no
tienes modo de saber lo que ha ocurrido. No hay modo, con la desaparición de la
historia de la decisión, de saber cómo ha ocurrido todo esto.
Y
entonces abres los ojos y te encuentras, como un recién nacido, con todo esto.
Cuando
el individuo desaparece, ves esto por vez primera. Miras y te descubres sentado
en una silla. Y por más que tengas la sensación de que la silla no debería estar
ahí, lo cierto es que ahí está. Y por ello te sientes sumamente agradecido.
Miras
y descubres –¡Dios mío! – una silla que se ofrece y te sostiene
incondicionalmente
y sin pedirte nada a cambio. Es realmente extraordinario.
La
silla no se pregunta quién eres. A la silla le da lo mismo quién creas ser. A
la silla no le interesa lo que hayas hecho o dejado de hacer. No le preocupa lo
que hayas logrado o dejado de lograr, lo que creas o dejes de creer. Le da lo
mismo si eres un triunfador o un fracasado, o si has alcanzado o no tus
objetivos. Le da lo mismo si crees estar iluminado o no estar iluminado. Le da
lo mismo tu aspecto y el modo como estés vestido. Le da lo mismo si estás sano
o enfermo, si eres budista, judío o cristiano, si eres joven o viejo, y si
entiendes o dejas de entender. Lo único que la silla hace es ofrecerse de
manera incondicional.
El
mensaje es muy sencillo y lo transmite algo tan normal y corriente como una
silla.
Y
no sólo una silla, sino todas las cosas. Todas las cosas se ofrecen de manera incondicional.
El
secreto es éste:
La vida, en realidad, no es tal. Es una ofrenda.
Y
esto es lo que ahora mismo nos está ofreciendo. Nos ofrece el
momento presente.
Nos
ofrece todo lo que está ocurriendo aquí. Nos ofrece esta presencia y esta vitalidad.
Nos ofrece todo un mundo aparente, un mundo lleno de imágenes, sonidos y olores
en cuyo interior no hay absolutamente nadie. Pero, a decir verdad, tampoco hay
aquí ningún mundo. Lo único que hay es esto.
Y
siempre, con la misma mirada inocente de un niño, ves esto por vez primera. Las
palabras ni siquiera pueden llegar a rozarlo.
¡Esto,
para la mente, es una auténtica locura! La mente dice: ¿Pero cómo no va a haber
ahí una silla? ¡Si fui yo mismo quien la puso! ¡Fui yo quien puso en marcha todo
esto!». Pero la mente ni siquiera puede empezar a entender la maravilla de lo que es. No
te preocupes por ello, no es necesario. No porque no haya nadie que la reconozca
ni la valore, la sorpresa es, por ello, menos sorprendente.
Pero
sigamos un poco más. Mira la ropa que te cubre, te calienta y te protege del
sol.
Mira
cómo ocurre la respiración. Inspiras y exhalas, dentro y fuera, sin necesidad
de realizar ningún esfuerzo. Y todo ello sin pedirte nada, absolutamente nada.
Y la respiración también se halla presente mientras te hayas sumido en el sueño
profundo sin sueños, cuando no hay nadie ahí para saberlo. ¡La respiración
sucede aun en tu ausencia! No estás ahí, pero la ofrenda sigue presentándose.
Y
tu corazón sigue latiendo, bombeando sangre a todo el cuerpo, sin pedirte absolutamente
nada a cambio. Es una ofrenda totalmente gratuita. Y un buen día desaparecerá.
Un buen día el corazón dejará de latir. Pero ahora
está latiendo. Un buen día la respiración dejará de
presentarse. Pero ahora está presentándose. No tenemos nada asegurado, ni otro día, ni otra hora ni otro
instante. Todo eso es algo que
recibimos de manera gratuita, completamente gratuita.
Todo
es gratuito. Las sensaciones corporales, los sonidos, el frescor de la brisa y hasta
los pensamientos que, originándose en ningún lugar, acaban disolviéndose en ningún
lugar. Ésa es la gracia. Ésa es la Unidad. Y nada parece ocurrir como creíamos.
¿Quién hubiese pensado que la liberación, o llaémosle como la llamemos, fuese
tan sencilla y evidente? ¿Quién hubiese dicho que la liberación consistiese
tan sólo en ver claramente lo que es? ¿Quién hubiese dicho que se trata simplemente
de ver claramente la vida tal cual es?
A
la mente le disgusta este mensaje, porque pone fin a su historia de control, a
su futuro y a su búsqueda. Esto, para la mente, se asemeja a la muerte. Por
ello responde: «¡No, no puede ser! ¡Es demasiado ordinario! ¡Esperaba mucho
más!
¡Quería
mucho más que el simple hecho… de estar sentado en una silla!».
Esto,
para la mente, resulta demasiado ordinario.
Pero
es la búsqueda de lo extraordinario, mira por dónde, la que convierte a esto en
algo ordinario. Siempre ha sido la búsqueda de algo fuera de aquí la que
ha convertido a esto en algo ordinario y aburrido. ¡Nos aburrimos tanto de esto que queremos
eso! ¡Nos aburrimos tanto de esto que queremos despertar de esto!
La búsqueda espiritual siempre ha estado arraigada en
un rechazo del momento presente. La búsqueda de la vida siempre ha sido un
movimiento de alejamiento de lo que es.
Pero,
cuando desparece la búsqueda de lo extraordinario, esto deja
de ser ordinario.
Cuando
desaparece la búsqueda –y, con ella, desaparece el buscador–, esto deja de ser
“ordinario”. Entonces es cuando los opuestos se funden y ya no hay modo, con palabras,
de nombrar lo que queda.
Si miramos a un
recién nacido o a un niño muy pequeño veremos en él una sensación de sorpresa y
asombro ante la vida tal
cual es. Pero los adultos
parecemos habernos alejado de la inocencia y de la simplicidad infantil. Los
adultos nos convertimos en personas serias y perdidas en la búsqueda, esforzándonos
en tratar de ser alguien, esforzándonos en la búsqueda del éxito y
esforzándonos en que todo sea perfecto.
Por
ello siempre estamos tan agotados.
Por
debajo de esa búsqueda, no obstante, todos somos bebés recién nacidos.
Todavía
seguimos viendo el mundo por vez primera. Lo único que ocurre es que estamos
perdidos en el juego de devenir. Eso es todo.