Mientras
caminaba por el palacio se dio cuenta que el hecho de que fuera emperador de
China ya no tenía importancia para nadie.
A
las personas solamente les preocupaba su sufrimiento, su miseria y su miedo.
Franqueó la puerta principal del palacio y se adentró en Lo Yang, cruzándose
con gente que caminaba como en una niebla.
Nadie
le reconocía.
Quiso
ayudar a alguien... pero la persona se puso a gritar tan fuerte que tuvo que
dar un paso hacia atrás y dejarla. ¿Qué podía hacer?
Intentó
socorrer a un niño sacándolo fuera de las ruinas, pero el niño chilló y pataleó
con rabia, por lo que tuvo que volver a llevarlo cerca de los escombros bajo
los cuales yacían sus padres.
Unos
soldados saqueaban aquí y allá; cuando el emperador les gritó que se detuvieran,
desenvainaron sus sables porque no le reconocían debido al polvo que cubría sus
ropas... y tuvo que huir.
En
un momento la tierra se había tragado la capital, había hecho perder todo su
poder al emperador y creado una locura de miedo y desesperación.
Pasando
por encima de los cuerpos y de las piedras, atravesando las ruinas, que ardían
todavía, el emperador volvió a su palacio. Franqueó los muros derruidos y se
dirigió a su jardín, que estaba milagrosamente intacto: ni una flor, ni una
gota de agua faltaba, como si la mano del gigante que había devastado todo lo
demás hubiera respetado ese lugar. Bebió el agua del arroyo, se sentó en el
suelo y lloró amargamente. ¡Qué inútil se sentía... ni ejército, ni ministros,
su esposa emperatriz aplastada en las ruinas del palacio, sus hijos
desaparecidos, Lo Yang arrasada!
¿De
qué era emperador ahora?
¿Y
qué había sucedido con el resto del país?
Ya
no había poder.
El
ejército se había vuelto insensato, saqueando y robando; ¿cómo saber si las
provincias del sur le habían permanecido fieles? ¿Cómo hacer saber a todos que
estaba vivo?
Lloró
más amargamente que nunca.
De
pronto se estremeció, pues una mano se había puesto en su hombro.
Allí
estaba el viejo Sabio, de pie, y el emperador, presa de una intensa cólera, se
puso a gritar:
-Mira,
ya no hay palacio, ni ciudad, mi esposa y mis hijos han muerto. El poderío de
mi país ha sido devastado por un seísmo.
Tu
preciosa naturaleza lo ha destruido todo. ¡No queda nada, no tengo valor!
El
Sabio le miró a los ojos.
El
emperador gritaba y gesticulaba, quería casi empujar y golpear al Sabio, pero
una fuerza impedía que su brazo se levantara... se desvaneció con una gran
agitación.
El
Sabio se sentó a su lado, esperó a que hubiera recuperado el sentido y le dijo:
-¿Qué
vas a hacer?
El
emperador, desesperado, se encogió de hombros y dijo:
-No
lo sé.
-¿Qué
quieres decir con "no lo sé"? ¡Tu cuerpo está vivo, tienes trabajo que
hacer, tienes una función que cumplir! El emperador gritó: -Ya no tengo nada,
todo mi dinero está sepultado bajo el palacio, no puedo pagar a los soldados, que
saquean la ciudad. No sé qué aspecto tiene le resto del país. ¿Qué puedo hacer?
El viejo Sabio se levantó y le dijo: -Levántate.
El
emperador se incorporó. -¡Mira ese águila en el cielo!
El
emperador levantó los ojos: -¿Qué águila? Y el Sabio lo empujó al agua del
arroyo. El agua estaba fría; el emperador se sorprendió; miró al viejo
Sabio
y se puso a reír:
-¡Nadie
más que tú me trata de este modo!
¡Solamente
tú permites que me sienta un ser humano! ¡Ayúdame! –¿Qué quieres saber?,
preguntó el Sabio.
-¡Ayúdame
a reconstruir este palacio, esta ciudad!
Yo
no puedo ayudarte, respondió el Sabio.
-¿Qué
quieres decir con eso? –Soy un Sabio, puedo ver el pasado y el futuro, puedo
comprender lo que ocurre, pero no puedo ayudarte.
El
emperador le dijo: -No te comprendo.
El
Sabio prosiguió: -Un vidente puede ver solamente; puede ayudar a los demás a
utilizar los instrumentos de que disponen, pero no puede ni obligarlos, ni
hacer el trabajo por ellos.
-¿Por
qué estoy yo aquí?, preguntó el emperador, ¿por qué he venido yo a esta tierra,
cuál es la utilidad de todo eso? Vengo, muero; vuelvo, muero... ¡No tiene
sentido! ¡Mira toda esa devastación!
El
Sabio manifestó: -No pretendas saber por qué estás aquí, eso no tiene la menor importancia.
El
emperador gritó: -¡Necesito saber por qué estoy aquí, de lo contrario no puedo
reconstruir nada, no puedo comenzar de nuevo!
–Es
ridículo, dijo el Sabio. ¿Pregunta un bebé antes de aprender a andar por qué
está allí?
¿Pregunta
de dónde viene antes de aprender a hablar?
¿Pregunta
un lactante por qué ha nacido antes de empezar a comer? ¡No estúpido! No tienes necesidad de saber de
dónde vienes. Muchas personas utilizan este tipo de juegos mentales para evitar
mirarse de frente, para no servirse de los instrumentos que tienen a su
disposición. Huyen de la realidad presente diciendo "si pudiera saber de
dónde vengo, entonces sí podría"; pero esto no tiene ningún sentido. Este
tipo de no, tiene más valor que Lo Yang hoy, ¡es una huida!