Jasón lleva semanas luchando, ha conseguido ungir a
los enormes toros, ha vencido al ejército de los Espartos y demás bestias
míticas en busca del vellocino de oro. El dragón, su último obstáculo, parece
indestructible, ha peleado contra él toda la noche utilizando todas las armas y
conocimientos tácticos de que dispone.
Está cansado, exhausto, pero su objetivo es claro y
no se puede permitir regresar con las manos vacías, no es digno de un guerrero.
El Sol comienza a aparecer en el horizonte, el dragón no parece haber sufrido
el más mínimo cansancio, se encuentra entero, firme, indestructible.
Jasón detiene su brazo, que ha golpeado cientos de
veces con la espada. voltea a ver a sus compañeros, la mayoría caídos en el
combate, una frase resuena en su corazón: «No estás solo». La frase es como un
rayo que invade su cuerpo y cae de rodillas frente al temible monstruo. Mirándole a los ojos, Jasón dice:
sólo soy un hombre y, por mucho que mi mente me dice que no me detenga,
reconozco que ya no puedo más. Con humildad me rindo ante lo más grande, me
rindo ante mí mismo con el corazón abierto.
¡Sólo soy un hombre!
El dragón lo mira, es una bestia, no entiende palabras,
pero siente la energía, la humildad, la grandeza de ese ser que está frente a
él. Entonces, para sorpresa de los presentes, la bestia hace lo inimaginable:
da la vuelta y desaparece entre las rocas, dejando libre el camino para los
hombres.
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