HABÍA UNA VEZ…
Un jardinero y estaba preocupado porque no podía
hacer crecer el pasto en una orilla de su hermoso jardín. Tenía fama de ser el
mejor jardinero y su jardín era alabado por todos aquellos que habían tenido la
oportunidad de verlo. Por eso sentía más presión de
que todo estuviera perfecto y le causaba
preocupación ver que en una orilla sólo había tierra seca y polvosa. Todas las
noches regaba la tierra esperando que creciera el pasto verde y brillante.
Era tanta el agua que vertía sobre el polvo que se
volvía un espeso lodazal, pero no crecía nada, ni siquiera hierbas salvajes.
Cierto día, después de escuchar los comentarios que
hacían unos visitantes sobre lo seco de la tierra, desesperado, el jardinero
cayó de rodillas y dijo: no puedo más, he hecho todo lo que mi cabeza y
conocimientos me han dicho que haga y nada ha funcionado, por favor, dime qué
es lo que necesitas. Colocó su frente en el pasto y
comenzó a llorar. En ese momento pasaban dos niñas y
el jardinero escuchó lo que decían:
—¡Mira qué hermoso pasto y cómo crece!
—El jardinero le ha de poner mucha agua.
Entonces, el jardinero se levantó con una enorme
sonrisa, corrió por la regadera y comenzó a regar el pasto que tenía en lugar
de regar la tierra seca. Con el tiempo el pasto creció hasta cubrir toda la
orilla del jardín.
Hay que valorar lo que tienes, cuidarlo y regarlo
para que crezca, no desperdiciar tu mente y tu corazón en lo que aún no existe.
Ése fue su gran aprendizaje.
"El mago que perdio su poder" Marco Navarro
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